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El Telégrafo
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Las manos de Mariana son la tierna bienvenida al mundo

Las manos de Mariana son la tierna bienvenida al mundo
06 de mayo de 2013 - 00:00

06-05-13-sociedad-obstetrizEs irónico que viviendo frente a la puerta de entrada de un cementerio, la labor de Mariana Paladines es recibir nuevas vidas en sus manos y darles la  bienvenida al mundo.

Su consultorio se encuentra lejos del gris tradicional de las salas quirúrgicas. Al ingresar por la puerta estrecha y azul, y luego de caminar por un largo pasillo, los sonidos de la ciudad se vuelven parte del ambiente: los pitos, los motores de los buses, los voceadores de flores, uno que otro ladrido, personas hablando en voz alta a través de las ventanas... En el Suburbio de Guayaquil no hay sitio para el silencio.

Desde hace 34 años, Mariana ha recibido en el lugar a cientos de mujeres a punto de parir, con contracciones y  a veces, a la espera de estas.  El trabajo de partera,  dice, es sencillo pero conmovedor, en el que se forma un vínculo especial entre la mujer que le da vida a un nuevo ser y la que lo recibe. “Se transforma en algo como familiar”, dice, mientras recuerda a cuántos ha ayudado a nacer en su casa, ubicada en la calle F y la 37... cree que son cientos, aunque en su cabeza no tiene la cifra exacta.   

Los  hijos de sus vecinos y amigos nacieron con su ayuda. Muchos llegaron por referencias y ahora tiene “ahijados” regados en su vecindario. Ahora, también son sus vecinos. Y como siempre se recuerdan las primeras veces, nunca olvida a su sobrino, hoy de 32 años. “Fui a Portoviejo y observé que mi hermana estaba en labor de parto, entonces la traje a Guayaquil lo más rápido que pude. Vino ya con los dolores y recuerdo que fue un niño grande, de 10 libras, que nació de pie”, indica.

Ella era primeriza, y cuenta que  las mujeres que alumbran por primera vez suelen estar un poco más nerviosas, pero Mariana se encarga de que siempre se sientan cómodas y, sobre todo, espontáneas. “Si quieren gritar, pues que lo hagan. Igual si quieren llorar. De todos modos, ya los vecinos están acostumbrados”, asegura entre risas.

Karen Bayas, tiene 20 años, vive junto a  la casa de Mariana. Así como ella, hay otras mujeres del barrio que únicamente quieren dar a luz con la obstetriz Paladines, así como en algunos casos hicieron sus madres o  hermanas. Ha atendido a varias generaciones. “¿Que si dolió? ¡Y claro que dolió!”, dice Karen, acariciando la cabeza de su hijo Ariel, de cerca de 2 años.  

Para Karen fue fácil trasladarse hasta  el consultorio, pero cuando ellas no pueden, Mariana acude. “No he atendido tantos partos en casa como en mi consultorio, pero a veces toca. Me han llamado de urgencia en la  madrugada... recuerdo el caso de una paciente de la 24 a la que fui a ver y cuando llegué el bebé ya estaba saliendo”.

La ventaja de este método -ya sea en casa o en el consultorio- es que nadie les dirá que se callen, ni sacarán al padre de la sala ni los confinarán  a la espera de noticias en la parte exterior de un quirófano. Para ella, se trata de un momento sublime, de amor, de compañía, en el que la pareja participa como una unidad y de forma totalmente humana.

“Los padres se mantienen al lado de su esposa, abrazándola, sujetándola, dándole fuerzas y diciéndole palabras cariñosas. Algunos se animan a cortar el cordón umbilical y si quieren hacerlo, pues adelante. Otros, incluso, bañan y visten al recién nacido, aunque siempre con un poco de temor se demoran horas”, afirma sonriendo ante la inexperiencia paternal de la que ha sido testigo varias veces.

Mariana tiene tres hijos y, así como un médico que no se opera a sí mismo, ella no atendió sus propios partos. Es más, nacieron por cesárea. “Ya habían pasado unas semanas y uno de mis hijos no bajaba, así que me resigné. Los doctores me dijeron que no podría dar a luz normal. Yo tenía mucho coraje, pero no pude hacer nada”.

Considerando su práctica y su experiencia de vida, siempre dice a sus pacientes que den a su bebé la oportunidad de nacer, que la naturaleza es sabia. Además, señala que las nuevas generaciones de profesionales se están convirtiendo en “cesareros” y no en parteros.

Su conexión con el parto natural nació en su infancia, cuando sus abuelas alimentaron en ella el mito de la cigüeña. Ella recuerda el nacimiento de varios de sus hermanos y cómo las matronas le decían que no se acercara a la puerta porque espantaba a la cigueña y se llevaría de vuelta al bebé... esto creó en ella una curiosidad especial. “Ya le digo, si Dios hubiese considerado que tengamos a los bebés por la panza, ahí nos habrían hecho el hueco.  Puede que la cesárea programada sea aparentemente bonita, pero después de la cirugía hay mucho dolor”.

Aunque en su carrera ha tenido más sonrisas y momentos felices que sobresaltos, ellos están ahí, apareciendo en cualquier momento, como en toda situación de riesgo. Ha recibido niños que han fallecido al poco tiempo de nacer o pequeños con malformaciones, casos que la conmueven y ante los que se siente impotente. Su bálsamo es la emoción de los nuevos padres, el rostro de la madre cuando pone a su hijo en el pecho. “A veces lloro, quiero llorar con ellos, pero alguien debe mantener la calma...”.

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