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La coeducación ya no es cosa “rara”

La coeducación ya no es cosa “rara”
17 de abril de 2012 - 00:00

David Guerrero

Crónica

Robinson Dicao, un joven del Suburbio Oeste de la ciudad, llegó pasadas las 06:40 al colegio Aurora Estrada, en Las Acacias, junto a su hermana Gabriela y su padre Washington Dicao.

El plantel, a esa hora, ya comenzaba a tener  presencia de alumnos. Los primeros en llegar estuvieron en la institución aproximadamente a las 06:15, un cuarto de hora después de que se  abrieran las puertas del acceso exterior.

En la entrada, una profesora indicaba que solo los de 8º año comenzaban clases y que el resto de niveles lo harían en el transcurso de esta y la siguiente semana.

Robinson se ubicó, junto a sus familiares, cerca del ala este del plantel, casi al pie de una tarima  armada para la inauguración del año lectivo 2012-2013.

Así, el  Aurora Estrada, como otros 14 colegios más de la urbe, se convirtió  este año en un establecimiento de régimen mixto, ya que hasta el año pasado solo recibió a señoritas.

Robinson es parte del centenar  de varones que se matricularon desde marzo de 2012  como parte de la primera generación de estudiantes masculinos que ingresan al plantel.

El joven Dicao permaneció en medio de sus parientes durante casi 20 minutos; pero  su mirada apuntaba fijamente  hacia la entrada principal, por  donde  ingresaban, notoriamente,  más mujeres que varones.

Cada alumna, y ahora también alumno,  llegaba con sus representantes, quienes  se apostaban en el callejón de ingreso, en las gradas del lado norte y en el pasillo sur. Muy pocos decidieron pasear por el resto de las instalaciones.
“Convivir con compañeras no es ninguna novedad para mí”, afirmó Robinson, quien pasó el 7º año de básica en la escuela Jaime Aspiazu, con un alto rendimiento académico donde, además, llegó a ser abanderado del Pabellón Nacional.

Pero sí llamaba la atención la “supremacía” femenina. El muchacho   intentó distinguir en el patio cuántos varones  ingresaron al colegio; en comparación con las compañeras, eran muy pocos.

Las señoritas  sobresalían por su falda a cuadros, que combina los colores celeste, crema, blanco y negro. Lucían, además, una blusa blanca con la escarapela del plantel, medias blancas y zapatos negros.

Mientras que los recién ingresados varones estrenaban la versión masculina de los uniformes aprobados por la Subsecretaría de Educación del Distrito de Guayaquil, ente que también dio sugerencias sobre el diseño.

La versión final de la vestimenta, en este caso, consistió en camisa blanca de mangas cortas (más la escarapela), pantalón azul marino, correa y zapatos negros, y medias blancas.

Robinson, pese a la supremacía de las señoritas, lució tranquilo al  formar parte de una minoría que, según las autoridades del Ministerio de Educación, será temporal, pues en los siguientes años se abrirán matrículas para varones en el resto de niveles.

El destacado estudiante salió de dudas sobre la cantidad de congéneres que había en el Aurora Estrada cuando, a las 07:00, sonó el timbre y una profesora de cultura física indicó por el altoparlante que los alumnos debían comenzar a formarse.

Las puertas del plantel se cerraron y solo unas pocas estudiantes de niveles superiores ingresaron en busca de los resultados de exámenes supletorios.

Por su parte, los nuevos alumnos intentaron formar filas, aunque con singular desorden: era un plantel nuevo y se confundieron en cuanto al número de filas que debían constituir y el espacio que tenían que ocupar.

Robinson se colocó al final de una de las primeras filas que logró formarse y que estaba compuesta, en su mayoría, por señoritas, pero minutos después una docente reubicó a los varones en hileras aparte.

En ese momento, el joven Dicao empezó a buscar con la mirada a su hermana Gabriela. “Crecimos en el mismo plantel desde la preparatoria”, recordó.

Por un momento ya no le importó saber cuántos varones habían en el colegio,  en su lugar le asaltó la inquietud por saber si compartiría aula con su hermana.

Finalmente se armaron siete filas de las cuales dos correspondían a varones y cinco a señoritas. A las 07:20 comenzó el acto inaugural con el Himno Nacional.

La rectora del plantel, Rosa Miño, dio la bienvenida a la nueva generación de “aurorinos”, un gentilicio que se incorporó al grupo de nuevos vocablos similares como dolorinos (Dolores Sucre), lecumberrinos (Rita Lecumberri), veinteochinos (28 de Mayo), entre otros.

“Es una época de cambios y ustedes tienen el privilegio de ser parte de estos cambios que llegan con el objetivo de hacer una sociedad más inclusiva”, dijo Miño.

Tras el acto de bienvenida, los alumnos de 8º se dirigieron a sus aulas,  asignadas en el lado sur, en una planta alta.
Robinson dejó de buscar a su hermana. “De cualquier modo, si no la veo en clase, la puedo ver en el recreo”, manifestó, con cierto aire de resignación.

Como en el patio, los nuevos alumnos no sabían cuál era el sitio que debían tomar y, como se habían formado filas diferenciadas, casi se llena un aula solamente con mujeres.

Los docentes del plantel tomaron control de la situación y empezaron a ubicar a los alumnos de tal manera que el casi centenar de estudiantes varones estuviesen distribuidos, en forma equitativa, en los seis paralelos asignados para 8º año.

Las sospechas de Robinson se cumplieron y no compartirá aula con Gabriela durante este año lectivo.
Sin embargo, el joven se mostró seguro de sí mismo frente al reto académico que ahora se coloca en frente: llegar a ser el primer abanderado del Aurora Estrada.

“He sabido de compañeros que se incomodaron por estudiar en un plantel que antes era de señoritas... no veo la diferencia entre esto y la escuela y me pregunto si esperaban que la universidad sea solo de varones”, sentenció Dicao antes de iniciar su primera hora de clase.

 

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Daniela Tubay, de 11 años de edad, fue la estudiante escogida por el colegio réplica Guayaquil para el discurso ante el Presidente.

 

El momento para el que Daniela Anabel Tubay Roldán, de 11 años, se  preparó durante la última semana llegó este lunes, cerca de las 09:30.

Con determinación y seriedad se levantó de su silla y avanzó hacia la tarima, subió los dos escalones metálicos ubicados a un costado, recibió el micrófono en sus manos y, en medio de aplausos, comenzó un discurso que duró aproximadamente un minuto y medio.

“Es un honor poderme dirigir a usted, con el único propósito de manifestar en nombre de la... de la...”, entonces sobrevino su voz entrecortada y dos segundos se silenció.

El temple demostrado por Daniela unas horas antes se desdibujó apenas un poco. Era comprensible: estaba en su primer día de clases, en un colegio nuevo, con compañeros desconocidos, hablando frente a unas 300 personas, entre padres de familia y autoridades, y, sobre todo, dirigiendo un discurso al presidente de la República, Rafael Correa.

Daniela es una de las 800 estudiantes  que recibirán educación en el colegio réplica del Fiscal Guayaquil, que desde este año es mixto y tiene una extensión en el sector conocido como Trinipuerto, en la isla Trinitaria, al sur de la ciudad.

Sin embargo, esta jovencita trigueña, de ojos color miel, se distinguió de entrada de sus otros compañeros, porque fue  la estudiante que ingresó al establecimiento con el  segundo mejor promedio de la institución. Por esto, las autoridades la  escogieron como la representante del alumnado para dirigirse a los presentes, durante la inauguración del nuevo colegio.

Entonces, se repuso de su brevísimo episodio de nervios y continuó “...en nombre de la comunidad, la alegría y el agradecimiento que sentimos al ver una obra tan majestuosa. Un ícono y un oasis en este sector...”, dijo, al tiempo que gesticulaba, hacía ademanes con sus brazos, énfasis en sus palabras y se volteaba parcialmente para mirar al Jefe de Estado, que le devolvía una sonrisa.

Aprenderse el discurso de memoria y enfrentarse al público no fue difícil, dijo Daniela, pero requirió preparación. Miguel Ángel Zambrano, profesor de informática de la nueva institución,  quien   lo elaboró,  también fue el encargado de enseñar a Daniela técnicas de oratoria.   

“El discurso lo escribí en unos 30 minutos, inspirado en esta nueva construcción. Con Daniela practicamos durante una semana, varias veces, especialmente en la vocalización y el entusiasmo que debía poner a sus palabras”, indicó el profesor.

Por eso, para reforzar el conocimiento y recordar lo que tendría que decir ante el público,  Daniela no dejó de repasar su texto. En sus manos tenía una hoja blanca con un forro plástico trasparente. La lectura tenía varias partes resaltadas: justamente aquellas en las que debía hacer énfasis, tal como le enseñó su maestro.

De las 34 aulas de la réplica del Colegio Guayaquil, Daniela ocupó una que se encuentra en la planta baja y tiene el membrete de “Octavo B”. Desde la ventana del curso la observó Gisella Roldán, de 38 años, su madre, quien no dejó de sonreír emocionada.

“Ella siempre ha sido muy disciplinada y responsable, al igual que sus hermanas. Todas son buenas alumnas. Por eso hoy la han escogido para hablar y yo me siento muy orgullosa”, aseguró la ama de casa.

Daniela, sus hermanas y sus padres viven en la Cooperativa Nuevo Ecuador, en la isla Trinitaria. Hasta el año pasado la pequeña  asistió a la escuela Ecuador Antártico, también localizada en este sector. La zonificación escolar la ubicó en este nuevo colegio.

Vestida con blusa blanca y corbata roja, la niña lleva todo el pelo recogido en una trenza. Ni un solo cabello se sale de su lugar. Las dos vinchas blancas en forma de lazos a los costados  ayudan con esa parte del trabajo.

“...Esta es una promesa, señor Presidente: de la Trinitaria saldrán los mejores profesionales de todo el país. A nombre de mis compañeros y el mío, muchas gracias”, concluyó efusivamente. Al terminar, el Mandatario se acercó a ella y le dijo algo que a la distancia se entendió como “muy bien”, luego le dio un  largo abrazo y un beso en la frente.

“Nunca había visto al Presidente en persona, pero se lo ve diferente que en la tele”, concluyó Daniela,  con la timidez que la caracteriza.

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