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La gastronomía cuencana se recrea en un nuevo museo

Una notable diferencia con otros restaurantes está marcada en “la cocina viva”, lugar que invita a los visitantes a ver cómo se preparan los alimentos.
Una notable diferencia con otros restaurantes está marcada en “la cocina viva”, lugar que invita a los visitantes a ver cómo se preparan los alimentos.
02 de mayo de 2019 - 00:00 - Redacción Intercultural

En tres horas de recorrido se pueden conocer 936 piezas relacionadas con la cocina local. La historia, la nostalgia y el factor sorpresa son inevitables en este lugar, ubicado en una geografía privilegiada y distante de la ciudad. Además, la comida es el final de una experiencia que no se parece a otra.

Son 936 piezas exhibidas en el “Museo de la Gastronomía Cuencana”. Una experiencia posible gracias a la colección de una familia empecinada en el rescate de la historia de la alimentación, como un acto que deja el buen sabor de los recuerdos.

Miguel Urgilés y Karen Cueva son esposos. Él es ingeniero en turismo y ella chef. Esta fusión dio origen a la idea de un museo restaurante que abrió hace un mes.

Tal innovación es el resultado de una recopilación de piezas originales utilizadas antiguamente en la cocina, que pertenecieron a los bisabuelos de Miguel, para luego pasar a las manos de sus abuelos, de sus padres y finalmente a las suyas.

“La historia y las tradiciones cambian de pueblo a pueblo” sentencia una leyenda que está en la entrada del museo, ubicado a 30 minutos del Centro Histórico de la ciudad, en Challuabamba, sector que cuenta con un clima más cálido.

El lugar, dividido en salas que se visitan en un tiempo aproximado de tres horas, es al comienzo del recorrido, un homenaje a las culturas Tacalshapa e Inca.

Urgilés, como guía designado, brinda una bebida aromática a la que ha denominado “de la abuela”, mientras se proyecta un pequeño video de bienvenida que explica el concepto de la propuesta: una profunda reflexión sobre la producción agroecológica, la recuperación de los utensilios culinarios de antaño y mucho aprendizaje.

En el segundo piso la sala tiene un aroma peculiar: el ají está por todos lados.

Aquí se disfruta de una visita vivencial donde se puede moler el maíz con una enorme piedra, romper toctes con una más pequeña y moler el “uchu” que traducido al castellano significa ají, el que fue el primer condimento para los incas.

A diferencia del común de los museos, las vitrinas son inexistentes. En cada espacio este patrimonio se puede tocar, a pesar de la valía de las piezas.  (I)  

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