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Cuenca y su región a lo largo de 12.000 años de historia

Cuenca y su región a lo largo de 12.000 años de historia
09 de febrero de 2014 - 00:00

Primera parte: Del mundo precolombino a la colonia

Trazar una línea de tiempo en una región con doce mil años de historia es una tarea ambiciosa y muy difícil. Los párrafos que siguen son un esbozo de algunos de los momentos que vale mirar con más detalle para entender quiénes somos y reconocer la fuerza del tiempo que nos impulsa al futuro, a lo largo de las próximas semanas se profundizará en algunos de estos hechos, y en otros, que construyen una parte de la historia cuencana.

El mundo precolombino 10000 a.C. a 1534

Los golpes rítmicos de los martillos de basalto sobre núcleos de cristal de roca se detuvieron ante el sonido de los pingullos. Los sordos balidos de las llamas se apagan ante el estruendo de la fiesta y la excitación de todo el grupo; más tarde, luego de un festín de carne y peces, las cabezas de los animales sacrificados serán depositadas en un pozo con carbones encendidos para que la tierra también coma.

Mil años más tarde el recuerdo está todavía presente en Huayna Cápac cuando se asoma  a  la llanura.

Al día siguiente las recuas, lentas por la carga de cuentas y mullos labrados, caminan hacia donde se pone el Sol mientras hombres y mujeres las dirigen por las montañas, apoyados en la dirección del viento, el curso de los ríos y el aroma de las plantas.

Mil años más tarde el recuerdo está todavía presente en Huayna Cápac cuando se asoma a la llanura grande como el cielo, cursada por estruendosos ríos y sembrada de chacras de maíz, quinua y ataco, entre los árboles de pacay, lucma y chirimoya.

Estos momentos marcan casi el principio y el final de la historia cañari en este valle en el que un poco más tarde se fundará la ciudad de Cuenca, a veces llamada Santa Ana de las Aguas. Atahualpa se encargará de quemar el suelo en venganza por lo que considera una traición, más tarde en Cajamarca él mismo tomará el nombre de Francisco para evitar el fuego.

El mundo colonial 1534 a 1820

Vertiginosamente las cosas cambian, se sustituye lo poco que queda de la lengua cantarina de los cañaris (algunos dicen que está su recuerdo en el cuencano actual) por el sonoro quichua y el seco hablar castellano. Francisco de San Miguel, alarife mayor, traza el damero en el que los vecinos se apropiarán de solares para la construcción de pequeñas casas de barro y paja y alguna pobre iglesia, que los indios de los alrededores levantan, mientras los vecinos reúnen unos pocos caudales para explotar minas que les traicionan y que décadas después serán el lugar de las ánimas, el Albarradón.

Siempre junto a la tierra, los cuencanos, que son criollos, indios, mestizos y unos pocos negros y mulatos, todos casi pobres, descubren la riqueza del cultivo, siembran trigo y caña dulce, frutales y hortalizas junto a las plantas de la tierra y crían ganado y cerdos a la par que cuyes y conejos.

Las mujeres hacen pan que se sirve con espumoso chocolate que viene de Molleturo y los hombres organizan largos viajes hasta Piura, Cajamarca y Lima con miles de cabezas de ganado y grandes piaras; atraviesan el camino de la Sierra y retornan con unos pocos artículos exóticos, entre ellos vino y aceite de oliva, seda y brocado y muebles chinescos llegados al Callao desde Filipinas por vía de Acapulco. Casas míseras y pequeñas se arriman a la plaza y los caudales no fluyen como se querría, apenas si los jesuitas han construido su iglesia al oeste de la plaza mayor, vecina de la calle de Santa Ana, y han levantado muros de piedra y las únicas cúpulas de su tiempo.

Las torres de la iglesia mayor sirven de referencia para el arco del meridiano, las llanuras y montes.

En este improbable escenario aparecerán actores franceses que trastocan la vida de una sociedad aficionada al juego y a los toros, cuyos hombres pasan la tarde entre el billar y los naipes, mientras ejercitan espada y cuchillo, también presentes en el cinto de las muchachas díscolas.

Las torres de la iglesia mayor sirven de referencia para el arco del meridiano; las llanuras y montes de Tarqui, en donde se yergue el monte Franceshurco, servirán para jolgorio de los indios que visten pelucas y se pintan la nariz de colorado ante el azoramiento y la ira de los gabachos.

Y entonces la tragedia se dispara, el seductor franchute Seniergues muere luego de una agonía de días, rodeado de cirios de la tierra y de velas de cera legando sus escasos bienes a los pobres.

El albacea Carlos María de la Condamine no descansará en su afán de que el populacho asesino sea castigado y que Diego de León reciba la pena que merece... nadie piensa ya en la Cusinga, sin embargo su ‘Carta a una señora en París’ colocará a Cuenca en un imaginario infame que tardará años en disiparse.

Luego los cambios acelerados, la presencia de Vallejo y de Carrión y Marfil marca el final del pacto colonial que ha sido tan largamente acuñado y en el suelo yace el cadáver hermoso del espadachín Zabala, entre gritos de “que mueran los chapetones”. Tal vez Joaquín Antonio Calderón, niño, se asomó entre las piernas de la muchedumbre para mirar al odioso Gobernador y la escena que contempló le llevó a apoyar el lema ‘Cuencanos a morir o a vivir sin rey’ antes de ser capturado.

Las paredes de los comedores de las Conceptas y del Carmen reflejan la vida local multicolor y queda un testimonio único en el país sobre los anhelos y expectativas de una sociedad que ha cambiado.

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