“Lo que se aprende de niño jamás se olvida. Nuestros padres nos enseñaron a dar forma a la piedra, y con ello, también formaron nuestro carácter”.

Con martillo en mano y su rostro lleno de polvo blanco, Manuel Donoso, uno de los 12 picapedreros de San Pablo, parroquia del cantón Guano, se refiere con esta frase al oficio que le ha permitido a diario llevar el pan a la mesa de su casa desde hace 25 años.

Su familia, al igual que 11 hogares más, vive en este lugar y se dedica al tallado y escultura de piedra blanca con fines ornamentales, funerarios, religiosos y recordatorios.

Pese a que en esta zona existen grandes extensiones de tierra cultivada con papa, arveja, haba y árboles de eucalipto, pino y cedro; el sector es conocido por su tradición ‘picapedrera’.

Un oficio tradicional

Al menos una docena de talleres de hábiles talladores funcionan en el lugar desde hace 60 años. Estos están ubicados en ambos costados de la avenida E35, más conocida como la Panamericana Norte, a la entrada norte de Riobamba, y cuenta con 3 talladores por local.

Llamativos y coloridos letreros anuncian la fecha de apertura, nombre y principales descuentos que tiene cada local. Además, en la puerta de cada taller, los picapedreros exhiben sus mejores obras sobre grandes pedestales, de tal forma que los trabajos se puedan mirar desde los vehículos en movimiento.

Allí se pueden apreciar estatuas de Don Quijote de La Mancha, Napoleón Bonaparte, del escudo del Ecuador, de un cóndor gigante, un toro, una pileta griega y un gran obelisco con inscripciones en kichwa.

“Aunque todos somos nietos de agricultores y ganaderos, desde que se descubrió cerca de aquí una mina de piedra blanca, a mediados de los años cincuenta, los moradores de San Pablo cambiamos las palas, azadones y rastrillos por los martillos y sierras, herramientas esenciales para la talla en piedra”, agregó Donoso.

Desde ese entonces y sin tener estudios básicos en arquitectura, los moradores del lugar fueron desarrollando una habilidad para cortar, moldear, pulir y retocar diferentes clases de piedra, en especial la blanca por su consistencia más moldeable que las demás.

“Esta roca se caracteriza por tener un grado de porosidad alto, debido a que en otras épocas ha resistido el paso de agua y se han creado microscópicas celdas. Esto facilita el cortado de la materia desde la montaña y nos permite a nosotros realizar el moldeado, dependiendo de los requerimientos y gustos de los clientes, que por cierto son muy exigentes pues desean reflejar en la piedra algo muy significativo para ellos, ya sea un nombre, una fecha o la imagen de alguien importante”, dijo Lorenzo Valencia, propietario del taller que lleva su apellido y fue abierto en 1976 por su padre.

Alfredo, su hijo, con tan solo 15 años ya es todo un experto tallador.

Al igual que su padre y su hermano mayor, no cuenta con estudios de arquitectura o diseño pero ha creado uno de los monumentos más reconocidos por los clientes.

“Un año después del fallecimiento de mi madre, decidí inmortalizar su nombre en una placa de piedra. Pese a que tenía varios lugares en mente, decidí venir al taller Valencia, pues me han dicho que la calidad del trabajo es muy alta y que tienen la experiencia suficiente como para hacer verdaderas obras de arte”, señaló Jorge Vinueza, cliente latacungueño.

Al igual que él, personas de Ambato, Quito, Cuenca y Guayaquil se acercan al lugar a diario para solicitar uno de estos trabajos, cuyo precio suele variar según el tamaño, tipo de piedra, diseño y tiempo de realización.

Piletas, adoquines, floreros, placas y hasta efigies religiosas pueden llegar a costar entre $ 50 y $ 1.500.

Pese a que no existe una organización que agrupe a estos trabajadores artesanales, la relación entre ellos es muy buena.

“Nunca hemos tenido problemas porque cada quien ya tiene una especialidad. Unos se dedican a esculpir imágenes humanas, otros, figuras animales, y otros a poner inscripciones literarias, simbólicas o numéricas en la roca”, señaló Mauricio Romero, tallador.

Turismo

Quien visita por primera vez el lugar, a más de tener la posibilidad de comprar una hermosa escultura en piedra, puede visitar otros atractivos cercanos. Uno de ellos es la hacienda La Andaluza, lugar ideal para descansar, comer y participar de actividades como senderismo, pesca deportiva y cabalgar en caballo.

La iglesia de San Andrés, a 1 kilómetros del sector, también ofrece la oportunidad de aprender historia, pues además es un museo.

INPC incluirá esta labor en oficios tradicionales

Desde 2012, el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) lleva realizando un completo estudio de esta actividad, con el objetivo de incluirlo en la sección de Oficios Tradicionales. Los aspectos que se toman en cuenta en este análisis son la transmisión de los conocimientos básicos del tratamiento de la piedra, de padre a hijos, la utilización de herramientas tradicionales y las técnicas con las que se trabajaba en el siglo pasado. Según esto, dichos aspectos constituyen un elemento cultural y de sustento económico para un gran número de habitantes del sector, al tiempo que han jugado un rol importante para el reconocimiento de la diversidad étnica y geográfica del país, que se evidencia en las 525 fichas relacionadas con la realidad artesanal y con las técnicas artesanales tradicionales registradas en el Inventario realizado a través del Decreto de Emergencia del Patrimonio Cultural de la Nación. Actividades como el tejido del sombrero de paja toquilla han sido consideradas como Patrimonio Inmaterial del Mundo, por lo que no resultaría raro que esta labor también lo consiga.