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Laboratorios La Melífera es un emprendimiento familiar que busca proveer al mercado nacional

Un negocio que crece gracias a las abejas

La microempresa diseña fórmulas que garantizan la pureza y calidad de los productos extraídos de las colmenas. Muchos de ellos son ricos en proteínas, aminoácidos, vitaminas y son poderosos antioxidantes. Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
La microempresa diseña fórmulas que garantizan la pureza y calidad de los productos extraídos de las colmenas. Muchos de ellos son ricos en proteínas, aminoácidos, vitaminas y son poderosos antioxidantes. Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
28 de junio de 2015 - 00:00 - Redacción Quito

José Cabrera (60 años) llegó a Quito hace 40 años, desde su natal Loja, para estudiar Agronomía. Al cabo de varios años de práctica descubrió el mundo de las abejas y emprendió una microempresa en torno a la apiterapia.

Esta es una disciplina medicinal que emplea productos obtenidos de las abejas tales como la miel, el polen, el propóleos, la jalea real, la cera, e incluso la inoculación de la apitoxina (el veneno de las abejas) mediante el piquete de estos insectos que sirve para prevenir, tratar o curar enfermedades.

José trabaja con abejas desde hace 20 años. Dio sus primeros pasos cuando empezó su carrera en Agronomía.

Inicialmente vendía miel gracias a unos cuantos insectos que poseía. Pero su deseo de crear su propia empresa lo impulsó a ampliar sus conocimientos.

Antes de iniciar su negocio, en 2003, siguió un curso de apiterapia organizado por la Asociación de Apiterapia de Alemania.

“Cuando cruzaba el Atlántico pensaba si funcionaría esta idea en mi país”, comenta José mientras recuerda sus inicios.

Este emprendedor inauguró hace 6 años el laboratorio La Melífera, una microempresa dedicada a la elaboración de productos enfocados en tratamientos de apiterapia.

Todo empezó en un pequeño cuarto de su casa. Para hacer una crema, por ejemplo, utilizaba una tarrina en la que mezclaba los ingredientes con una paleta.

A medida que el negocio creció, el laboratorio se extendió a la sala, después al patio, hasta llenar todos los rincones de su hogar.

Vender la idea, convencer a los médicos de que se trataba de una disciplina de la medicina sumamente importante con la que podrían solucionar muchas enfermedades que la medicina tradicional no lograba, no fue una tarea fácil.

Tocó varias puertas hasta que la Facultad de Veterinaria de la Universidad Central del Ecuador le devolvió la esperanza. Y es que esta técnica también se aplica en animales.

Empezó a dictar cursos de apiterapia y, en 2006, realizó el Primer Simposio Internacional sobre este tipo de tratamientos, al cual asistieron expertos de todo el mundo.

A partir de dicho evento, asegura, el interés por esta técnica creció en Ecuador. En 2008, junto con un grupo de colaboradores, fundó el primer consultorio de apiterapia en la Cruz Roja Ecuatoriana, con el apoyo de las damas voluntarias de esa institución.

Los productos obtenidos de las colmenas tienen una característica adicional a la de los fármacos y fitofármacos de origen vegetal. Su composición química contiene hidratos de carbono, proteínas, lípidos, grasas y todos los minerales y vitaminas que no se encuentra fácilmente en otros medicamentos.

Las abejas con las que José trabaja son de Quito. Cuenta con 60 colmenas, cada una contiene alrededor de 80 mil abejas en edad de cosecha.

Para que produzcan todo el año las moviliza por diferentes sitios en época de floración. Visitan, por cerca de 3 meses, Sangolquí, la Mañosca, San Carlos, Calacalí y, en ocasiones, la Costa, en terrenos arrendados. Es un círculo de producción que se realiza todo el año.

Se transporta a las abejas en las noches, cuando todas entran a la colmena, esta es una caja de madera que contiene múltiples panales.

José explica que las colmenas deben mantenerse a una temperatura de 36 °C; cuando están en la Costa requieren un sistema de ventilación para lograrlo, en la Sierra, en cambio, las abejas se autorregulan mediante la generación de un sonido (frecuencia) que hacen mientras absorben la miel.

El apicultor menciona que las abejas son mucho más productivas en un clima caliente pues en el frío se meten rápido en la colmena.

Estos insectos mueren en los campos que tienen pesticidas porque estas sustancias las desorientan. La contaminación y el polvo también afectan porque secan el néctar de las flores.

Es por eso que deben ser movilizadas a diferentes zonas. Los productos para apiterapia tienen características alimenticias y principios medicinales particulares.

“Se cumple lo que Hipócrates decía hace 2.600 años: Que tu alimento sea tu medicina y que tu medicina sea tu alimento”, dice José. 

Explica que las enfermedades del sistema autoinmune mejoran hasta en el 30% con la medicina tradicional, mientras que con la apiterapia el paciente logra —en algunos casos— una recuperación de entre el 80% y 100%.

Dice que esta técnica ha ayudado a aliviar problemas relacionados con la esclerosis múltiple, la artritis y la artrosis.

El año pasado, este laboratorio pasó de ser un negocio artesanal a una microempresa. Y es que la acogida de los productos en el mercado ha crecido en los últimos años.

Actualmente José tiene previsto construir una planta de alrededor de 400 m² en un terreno de una hectárea que compró en la zona industrial de Calacalí, al norte de Quito. Su sueño es continuar creciendo y ampliar su laboratorio.

Su evolución en esta rama también ha sido paulatina. José empezó con la apicultura, que es el manejo de las colmenas en el campo. Luego pasó a la apiterapia en la que aprovecha todo lo que producen las abejas y lo aplica en otros productos.

Actualmente, sus colmenas generan de 3 a 4 toneladas de miel. Sin embargo, esto no es suficiente para la producción de su laboratorio, lo que no puede conseguir en el mercado nacional como jalea real, polen y apitoxina, lo importa.

El crecimiento de esta industria ha implicado mejorar el proceso de producción. Hoy, prácticamente no se manipula el producto porque se trabaja con máquinas. Ocho empleados debidamente uniformados y capacitados trabajan en ello.

José ha invertido en su microempresa aproximadamente $ 150 mil. Ha traído algunas máquinas de Italia, Estados Unidos y Alemania para mejorar el rendimiento.

Mientras que antes tardaba 15 días en producir 20 litros de propóleos, hoy, gracias a un reactor, tarda una hora y logra mayor concentración del principio activo de ese elemento.

En la parte microbiológica trabaja con una cámara de flujo laminar en la que se puede envasar sin contaminación. Para disminuir al mínimo esta posibilidad realiza una limpieza a vapor.

“A todos mis productos los considero como mis hijos. Llevan mi formulación, mi diseño y mis indicaciones”, dice José.

Asegura además que hasta hace unos meses no contaba con profesionales de apoyo, pero ahora, para mejorar y mantener la calidad de sus productos, trabaja con una profesional bioquímica y él sigue capacitándose.

Cuenta, por ejemplo, con compuesto que combina miel, propóleos y jengibre, ideal para enfermedades del sistema respiratorio. (I)

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