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El Telégrafo

Yasuní ITT, un territorio que define el porvenir de la vida

Yasuní ITT, un territorio que define el porvenir de la vida
22 de julio de 2013 - 00:00

La disputa por el control de los recursos naturales le ha pasado una gruesa factura a la humanidad: violación de territorios, muertes, guerras innecesarias, una irremediable contaminación ambiental que ha acabado con la vida de muchas especias que jamás volverán a reproducirse, corrupción de algunos gobiernos, profundización de modelos económicos insostenibles basados en la explotación de la naturaleza, menoscabo de la soberanía nacional por parte de transnacionales extranjeras, sometimiento de pueblos indígenas ancestrales, y muchos otros problemas que parecen no acabar. 

Es cierto que la gran mayoría de los recursos económicos que genera la naturaleza, especialmente el petróleo, ha ayudado a reducir la pobreza, ampliar la dotación de bienes y servicios públicos básicos, invertir en sectores estratégicos, etc. Sin embargo, aquello no justifica todo el daño que está detrás de la explotación de los recursos naturales, ya que muchos han planteado una cuestión absurda: ¿Por qué tener bajo tierra el petróleo cuando eso significaría recursos que ayudarían a combatir la desnutrición infantil?
Es decir, ponen en el mismo costal de análisis la vida de un niño con la vida de alguna especie endémica que puede verse afectada con la explotación petrolera. Esto solo demuestra un serio problema: la forma en cómo se concibe a la vida está pensada desde un plano formal, técnico y económico, más no político y ético, como debería ser.

Por ello, cuando nos presentan una propuesta como la Iniciativa Yasuní ITT, que consiste en dejar bajo tierra reservas de 840 millones de barriles de petróleo (para evitar la emisión de 407 millones de toneladas de CO2) en un lugar que además alberga en sus alrededores a 150 especies de anfibios, 596 especies de aves y cerca de 4.000 especies de plantas, convirtiéndose en una de las regiones más ricas en diversidad biológica del planeta, se abre una posibilidad de cambiar nuestra forma de vida o profundizar el abismo inmoral al que hemos llegado.

Hay que ser claros y frontales: si es que se quiere una nueva relación de vida entre el ser humano y su entorno natural, no se debería explotar esa zona, porque el impacto, aunque sea pequeño, no deja de ser un impacto.

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