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¿Una sociedad vigilante?

¿Una sociedad vigilante?
Foto: veranonomiente.com
22 de abril de 2018 - 00:00 - Iván Rodrigo Mendizábal, Investigador y docente unversitario

Resulta curiosa la premisa de la película ecuatoriana Verano no miente (2018), de Ernesto Santisteban: una anciana, que contrata a una pareja para que trabaje en su hacienda, desea observar cómo nace el amor entre ellos, lo que le evocaría a un amor perdido por causa de la presión de su familia. Y es curiosa porque tal deseo supone comprobar que el amor puro existe: porque en unos pocos días la pareja se ligaría, dadas ciertas condiciones (el retiro de la hacienda, la anciana que se hace pasar como muda y ciega, la juventud y el ímpetu de los elegidos, etc.) y se prometería felicidad, logrando el curso contrario que la anciana intentó tomar: no huir de la casa porque entre enamorados hay responsabilidad.

Verano no miente así alude a un amor inconcluso (el de la anciana), a un amor que nace (el de la pareja elegida) y a un amor en ciernes (el de los sirvientes de la casa-hacienda), contrastado con el matrimonio fértil y sólido de la hija de la anciana. En síntesis, el propósito de la película es ser la fábula del enamoramiento. Para ello la fotografía ayuda a crear una atmósfera edulcorada, ratificada por canciones que ahondan los sentimientos, las actitudes, los movimientos de los personajes.

La fábula, sin embargo, se cae cuando todo esto se vuelve excesivo; cuando los diálogos son estereotipados; cuando, incluso, la película parece tener dos finales: el primero (donde creo que debería haberse quedado), cuando la anciana sale arrastrándose a la orilla del mar, luego de haber cumplido su deseo y hacer que sus nuevos amigos le hagan descubrir un mundo nuevo de felicidad mundana; y el segundo, producto de alargar el filme, donde se une a la anciana con su antiguo amor. El problema, entonces, de la película de Santisteban es el guion: a Verano no miente le falta depurar su estructura narrativa. Es clara la intención moralista del director de querer mostrar el amor puro, incluso hasta la metáfora (piénsese en los dos colibríes blancos de inicio del filme).

Así, no se trata solo del deseo de una anciana, sino del deseo de una sociedad adinerada, hedonista, indolente, de que sus jóvenes plasmen el ciclo del amor ideal, hasta llegar incólumes a culminarlo. ¿Es el retrato de una sociedad que vigila a sus nuevas generaciones? Si tal era la intención, el director tendría que haber recortado bastante el guion, redundando en la duración y la calidad de su película. (O)  

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