En 1982 fue la última vez que el ingreso familiar superó, aunque por lo mínimo ($ 0,01), el costo de la canasta básica. Este mes el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) confirmó que luego de 32 años se logró cubrir ese rubro e incluso resultó un sobrante de $ 6,40, es decir, la canasta básica tuvo un valor de $ 628,27 mientras el ingreso familiar con 1,6 perceptores (como se hace el cálculo) llegó a $ 634,67.

El dato no es menor, en realidad es la muestra de la relación entre una inflación baja, una de las menores cifras de América Latina, y un mejoramiento del salario real, que se ubica entre los más altos de la región.

Y si bien la canasta básica y el ingreso familiar tomado en cuenta por el INEC es un referente a nivel básico, la situación se repite en todas las escalas socioeconómicas. El mayor poder adquisitivo es evidente y un indicador de las mejores condiciones de vida de los ciudadanos es el creciente consumo, gran dinamizador de la economía.

Ahora, en el marco de la estrategia de sustitución de importaciones que está implementando el Gobierno y que se aborda en esta edición, ese consumo puede ser potencializado y dirigido a la producción nacional de calidad.

La nueva política deja ver los 2 lados del sector empresarial. El uno, interesado y dispuesto a elevar el componente local, aumentar la producción, generar más empleo y realizar propuestas para reindustrializar el aparato productivo. Y, del otro lado están quienes, pesimistas, recuerdan el “fracaso” del modelo de industrialización por sustitución de importaciones de los sesenta y setenta. Incluso, veladamente, defienden al sector importador y al seudoindustrial, que se acostumbró a importar barato y vender caro en el país.

El proyecto del Gobierno es ambicioso. Pretende reducir importaciones por $ 6 350 millones hasta 2017. No faltan los agoreros del desastre que ya empiezan a hablar de desabastecimiento y de restricción a las libertades del consumo de los ciudadanos. Y si bien los consumidores pueden elegir los productos que compran también es necesario explicar que no es conveniente para la economía del Ecuador que las divisas fuguen por adquirir productos que bien podrían producirse en el país.