En un reciente artículo, el Premio Nobel de Economía, Joseph E. Stiglitz, señalaba que los nuevos descubrimientos de recursos naturales en varios países africanos plantean una debate fundamental: “¿serán estos descubrimientos inesperados una bendición que trae consigo prosperidad y esperanza, o serán una maldición política y económica tal como ya ha ocurrido en muchos países?”.

Haciendo un recuento histórico y de cifras, Stiglitz apuntaba a que, en promedio, el desempeño de los países ricos en recursos naturales ha sido más deficiente que el de los países sin este tipo de recursos, pues los primeros han crecido más lentamente y con profundas brechas sociales, como la desigualdad en la distribución de ingresos.

A este fenómeno se lo conoce, según varios economistas, como “la maldición de la abundancia”. Por ejemplo, hace más de 200 años, Alejandro von Humboldt llegó a lo que hoy es Ecuador y se quedó hipnotizado por la geografía, la flora y la fauna de la región. Y frente a esta realidad, llegó a decir que no creía posible que los habitantes de esta zona vivan como pordioseros sentados sobre un saco de oro, refiriéndose a la abundancia de recursos naturales. Podríamos decir que desde ese entonces se generó la idea de que la naturaleza era la principal vía para alcanzar un bienestar colectivo o lo que hoy conocemos como desarrollo.


Sin embargo, y como señalaba Stiglitz, los resultados no siempre fueron óptimos, debido, entre otros temas, a que la extracción de recursos a menudo implica poca creación de puestos de trabajo o a la volatilidad de sus precios que causa que el crecimiento sea inestable, y dicha inestabilidad se ve reforzada por los bancos internacionales que se apresuran a hacer negocios en el país cuando los precios de las materias primas están altos y se apresuran a salir cuando los precios bajan.


Pero no todo el panorama es gris, pues aunque Stiglitz reconozca que se puedan generar estos problemas, también señala que los países cuya principal fuente de ingresos proviene de los recursos naturales, estos deberán reinvertirse en sectores productivos que les permita salir de esa “trampa”, además, deberán financiar con ese dinero sectores como el de la educación y la asistencia de salud.