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Pubis equinoccial

Pubis equinoccial
09 de junio de 2013 - 00:00

Raúl Vallejo es un escritor que se plantea desafíos. Lo hace ahora con un volumen de cuentos (yo diría de textos) de título enigmático: Pubis equinoccial. Además, en la cuarta de forros los editores enfatizan que este libro “se inscribe en la mejor tradición de la literatura erótica de Occidente”.

¿De qué erotismo de Occidente habla esa literatura? ¿Ese que trajeron los conquistadores españoles a América, por el que nuestras aborígenes aprendieron a decir “caica peseta siquita cuyo (plata en mano c… en tierra)” inaugurando la prostitución entre nosotros?

Solo así, porque la lectura de Pubis equinoccial nos remite a unos versos, cuyo autor no recuerdo, o es simplemente anónimo, que dicen:

“La mujer le entregó su cuerpo vacío y el hombre sintió que su soledad se duplicaba”.
El minipoema se llama Duplicación.

El solo encuentro de los cuerpos no es erótico. Puede ser una gimnasia, un negocio (un burdel, una casa de citas), una necesidad orgánica (en el hombre), económica (en la mujer), de amor propio (con la Blanca Izquierda o la Derecha Polanco), la de la mosca, en fin, cualquier cosa, pero sin Eros no habrá erotismo.

Raúl Vallejo no es inocente y sabe muy bien que su Pubis equinoccial no es un libro erótico, que su indagación desentraña las mil y un formas en que duplicamos la soledad en nombre del amor. Y lo hace puntualmente, agotando ejemplos no solo cotidianos sino históricos, regalándonos un registro riguroso y amplio a la vez, lo que se dice fácil sin que, ni siquiera remotamente, lo sea.

Busquemos con otros parámetros la ratificación de la búsqueda de Vallejo.
Pensemos, por ejemplo, en el personaje protagónico femenino, cuyo pubis es equinoccial y es “descubierto” (leer “El descubrimiento de Pubis Equinoccial”, p. 69), como la esperanza de un encuentro de solo los cuerpos sin duplicar la soledad. Un Eros sin polvo y paja, carnal.
Veamos dijo el ciego y no vio nada, pero nosotros sí:

“1. Equinoccial: línea de intersección del plano de la elíptica con el ecuador, en cuyos extremos están los equinoccios; 2. Equinoccio: Época del año en que el sol al cortar el ecuador celeste, hace que los días sean iguales a las noches en toda la Tierra. Equinoccio de primavera: 21 de marzo. Equinoccio de otoño: 23 de septiembre”.

La verdad (¿o será mentira?) es que la cuestión se pone cada vez más clara. Y digo esto porque es evidente que el desafío que se ha planteado Vallejo es el uso escueto de las palabras eróticas (supuestamente) que caen muertas, vacías en su significante que termina siendo un eco, un sonido lejano. Y la certeza de que la soledad se duplica cada día en las mil formas de unir los cuerpos vacíos, de lo cual, repito, nos da un registro riguroso y amplio a la vez.

En cuanto a lo equinoccial, lo importante son los equinoccios, de primavera y otoño (¿admite el amor otoñal?), y al que quiera celeste que le cueste, para eso está el pubis equinoccial (vuelvan a leer las página 69, el número más erótico del planeta).

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