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La Licuadora lleva arte, música y literatura a un público adolescente

La Licuadora lleva arte, música y literatura a un público adolescente
24 de agosto de 2012 - 00:00

Esta noche, en el Centro de Difusión Cultural Mirador de la UCSG, se presentará la cuarta edición de La Licuadora, revista guayaquileña que enfrenta el desafío de llevar artes gráficas, música y literatura a un público muy joven: los estudiantes de secundaria.

La Licuadora pretende acercar a los adolescentes a contenidos que usualmente están lejos de ellos “porque los espacios entre los que transcurren sus días son el mall, la casa, y Facebook”, explica Sandra González, fundadora de la revista junto con Francisco Valdiviezo.

Ambos son profesores de secundaria y tienen alias con los que se mueven en el ciberespacio. Ella es Lola Duchamp y él, Fabrikante.

Lola, graduada de la primera promoción del ITAE, imparte clases de pintura en octavo año, mientras que Fabrikante enseña literatura en los últimos años de colegio.

Aquel acercamiento a adolescentes fue fundamental para definir el ‘target’: se dieron cuenta de que sus estudiantes respondían bien cuando eran expuestos a referentes que se salían un poco de los programas de estudio. “Si no hubiésemos sido profesores de secundaria, jamás se nos habría ocurrido que podríamos apuntar a esta audiencia”, precisa Lola.

Desde entonces, la idea era publicar una revista con referentes artísticos nacionales e internacionales, pero sin mayores rasgos de seriedad conceptual, más bien divertida. Nada complicado que estuviera al alcance de los chicos, lo que se manifiesta desde la línea gráfica, marcada por una tendencia al surrealismo pop, que recuerda tanto a Picasso como a La vida moderna de Rocco, presente en el imaginario de generaciones jóvenes.

En septiembre se cumple un año del lanzamiento del primer número. Lola recuerda que en aquel entonces todo estaba arreglado para que la circulación se produjera al interior de seis colegios. Sin embargo, solo con  dos ediciones pudieron mantener aquella distribución. Durante esos primeros meses hubo conflictos con las instituciones educativas.

“Ellos imaginaban que su colaboración significaría la presencia de su marca en la revista, y no era así”, cuenta González.

A ello se sumó el pedido de algunos de los estudiantes que colaboraban con la revista: con la actitud “renegada” propia de su edad, no querían aparecer como representantes de sus colegios, y La Licuadora decidió respetar esa decisión. Desde entonces, dejaron de circular en instituciones secundarias.

Esa situación les planteaba un escenario nuevo. La Licuadora debía resolver problemas. En primer lugar, dejó de ser gratis y la falta de un espacio fijo donde circular limitaba las ya complicadas ventas de publicidades. Ahora cuesta $3, circula en la Universidad Católica y Librimundi. De un tiraje de 5.000, el Sistema Nacional de Bibliotecas, SINAB, compra y distribuye 500 ejemplares entre las bibliotecas de su red.

En cuanto a los espacios para mantener contacto con el lector, Lola y Fabrikante descubrieron que La Licuadora era un medio de nicho: Los consumidores fijos no llegan a “cantidades industriales”, pero son muy fieles, no solo como lectores, sino también como colaboradores, pues La Licuadora está abierta a recibir cuentos, poemas e ilustraciones de quien quiera participar.

Eso se materializa a través de facebook (La Licuadora) y twitter (@revistalicuada), donde recomiendan videos, imágenes, eventos e ilustraciones.

Todos los lanzamientos cuentan con la presentación de artistas, también del “underground”: músicos, ilustradores en  vivo, proyecciones de cortometrajes. En cada ocasión, hay un “tema” que predomina: “Batido neuronal”, “Secuestro express”. El de hoy se llama “¡Holaaa, enfermera!”.

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