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La búsqueda de lo inasible

La búsqueda de lo inasible
13 de julio de 2013 - 00:00

Una ráfaga de angustias y silencios atraviesa esta primera (original y desgarradora) novela de Orlando Pérez. Como si un dolor incesante recorriera la vida, como si desde el primero hasta el último respiro llevásemos la soledad cosida a la piel.

La vida de Pablo Merino, el narrador y protagonista, es una historia de ausencias amargas, de abismos que permanecen en la sangre después de la desaparición de la madre y el final de ese extraordinario personaje femenino, Muriel, la “tía” que le enseñó casi todo lo que un hombre necesita saber para ser feliz. Si las mujeres son las que sostienen el mundo  y si las que amamos ya no están, el universo del hombre no es más que un caos funesto.

Enmarcada en los años ochenta, la narración transcurre en esa década perdida para la dignidad y la economía, pues no solo se implantó el más salvaje neoliberalismo, sino que la represión se extendió a niveles atroces. Las torturas que sufre Pablo, durante el gobierno de Febres-Cordero, solo son comparables con las llagadas heridas sicológicas que le dejaron sus padres, y el personaje principal lo dice: “La verdad: las cachetadas y golpes de mi padre, cuando tenía diez o doce años, me dolieron más que esto. No era la violencia física, era el insulto de alguien que decía quererte. De estos golpes sé que salgo, y no los vuelvo a ver más a estos pobres hombres; pero de aquellos, los de mi padre, no me puedo olvidar jamás, y mucho menos de su mirada al momento de golpearme”.

Pero también hay un vacío insondable en el protagonista, un querer amar y no ser capaz de hacerlo, la búsqueda de la individualidad para aislarse del otro, la incapacidad para encontrar la felicidad; y esto puede resumirse en la frase del Barón de Teive (Fernando Pessoa): “Alcancé la saciedad de la nada, la plenitud de ninguna cosa”. O, citando de nuevo al gran poeta de Lisboa: “Nacemos sin saber hablar, y moriremos sin haber llegado a saber decir. Nuestra vida pasa entre el silencio de quien calla, y el silencio de aquel que no ha sido entendido y, en torno a esto, como una abeja que revolotea en un lugar sin flores, ancla, incógnito, un destino inútil”.

El fracaso y la muerte inminente rondan estas brillantes y conmovedoras páginas que no dan respiro, que se meten en nuestro cerebro y nuestra memoria para recrear nuestros fracasos y nuestras muertes y recordarnos, como lo hace Emil Cioran, que “En este gran dormitorio, como llama un texto taoísta al universo, la pesadilla es la única forma de lucidez”.

“Salud, hombre de Dios, mata y escribe…”.

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