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Hanna-Barbera y su añejo legado de animaciones

Hanna-Barbera y su añejo legado de animaciones
18 de marzo de 2013 - 00:00

Ver a Tom y Jerry correteando uno detrás del otro, sigue sacando más de una carcajada. Observar al Oso Yogui en el campo, angurriento y “mendigando” comida siempre conmueve. Encender el televisor y escuchar de repente el “Yabadabadabadu” de Pedro Picapiedra es estar frente a una marca de las industrias culturales.  La productora responsable de que sigamos riéndonos, si tenemos suerte en estos tiempo de encontrarnos con una de sus series, es Hanna-Barbera.  

Esa productora, que cumple su 55 aniversario, estaba encabezada por dos visionarios y creativos de la televisión, que antes de juntarse para constituir  el estudio que “forjó” estas recordadas series de animación, trabajaron, en 1939, en Metro Goldwyn Meyer (MGM).

Ellos eran William Hanna (1910-2001) y Joshep Barbera (1911-2006).  De la cabeza y manos de estos dos hombres nacerían historias y personajes que permanecen en el espectro televisivo y en la memoria audiovisual de las personas que crecieron con sus productos.

Luego de que la MGM cerrase el estudio de animación al decidir que tenían suficiente material para estrenar -lo que evidencia la agilidad y capacidad que William y Joseph tenían para producir series-, los dos colegas decidieron continuar con su trabajo y juntarse para crear Hanna-Barbera, en 1957. 

Cabe recarlcar que muchas de las series animadas que hicieron para MGM luego  continuaron bajo el sello de Hanna-Barbera, como la del gato y el ratón, Tom y Jerry. 

La primera serie del nuevo estudio fue  “The Ruff & Reddy Show”, que se estrenó en diciembre de 1957 y  gracias a la NBC pudo salir al aire.

Y es que Hanna-Barbera no fue la primera empresa que realizó animaciones, sin embargo sí fue la primera en realizar dibujos animados netamente para la televisión. En ese tiempo, las caricaturas presentadas eran cortos de cine, de acuerdo con John Lewell, en su texto “Detrás de la pantalla en Hanna-Barbera”.

Además, gracias a la productora, empezó la noción del ‘prime-time’ de los domingos por la noche, donde las audiencias eran compuestas por millones y millones de personas. Series como “Los Picapiedras”, “The Huckleberry Hound Show” o “El Oso Yogui” competían asimismo, en otros espacios televisivos, con dramas o sitcoms.

La productora también  rompió completamente con un gran paradigma: que los dibujos animados  son solo para niños. Deshacerse de esa premisa  dio paso a que  series como Los Simpsons o American Dad ingresaran en las programaciones para adultos, varios años después.

Pero esta pertinencia y capacidad no salvó a la empresa, con el tiempo, de la crisis económica y de la amenaza principal de la industria: los presupuestos. Los precios de la creación de las animaciones crecían cada vez más. Esto  no solo los llevó a recurrir a nuevas fuentes de ingreso –como contratos con Columbian Pictures-, ya que, por ejemplo, un capítulo de 22 minutos les costaba alrededor de $45,000, sino que  la misma técnica de la creación de sus series sufrió cambios.

La nueva estética de sus caricaturas sería más rígida, pues tuvieron que reducir el número de dibujos que hacían para crear los movimientos.

Es por eso que, ya desde mediados de los sesenta,   para recuperar la prolijidad de la estética decidieron realizar películas –donde las ganancias fueron mucho mayores y la inversión daba un mejor resultado- para  solventar gastos y mantener la calidad de sus productos-. Entre esos filmes se cuentan “Un hombre llamado Picapiedra” (1966) y, mucho después pero particularmente importe, “Los supersónicos: la película” (1990).

Esa estética que manejaban -trazos delicados y más caricaturescos- ya no son  nada semejante a la que se evidencia en los programas que transmite, por ejemplo, Cartoon Network. De acuerdo con David Strasser, diseñador y miembro del Comic Club, quien dispuso su colección de Hanna-Barbera para la exposición que realizó el colectivo la semana pasada en Guayaquil, en honor a la productora,  ahora ante la competencia contra las series ánimes japoneses, las series  presentan a personajes con “ojos muy grandes o  con proporciones disparatadas” y  “el marketing los ha obligado a hacer dibujos más toscos”.  Otro de los problemas que tuvieron que enfrentar -al principio de su producción- fue la falta de multiplicidad de discursos que narraban en sus historias. Las fórmulas de diálogos y resolución de las tramas se convertían casi en lo mismo, sin embargo la manera de utilizar el humor y las situaciones jocosas hicieron que lo primero pasara a segundo plano.

  De acuerdo con el estudio “El reproche de la comicidad. Lecturas sobre dos dibujos animados no Infantiles”, de  Mónica S. Kirchheimer, en las series de Hanna-Barbera  se utilizaron varios recursos en cuanto al manejo de lo cómico: peripecias inesperadas, las hipérboles, las repeticiones de acciones, el enmascaramiento, entre otras. Obviamente, esto también fue superado con el tiempo.

En 1980 la tendencia de dibujos animados se volcó a las figuras de acción, y surgieron series como los “Thundercats”, que causaron gran competencia a la productora. En esa misma época, Hanna-Barbera tuvo que realizar programas netamente infantiles, por  la asociación que tenía con la ABC. De ahí nacieron “Los pequeños Picapiedra”, “Popeye y su hijo” y “Un cachorro llamado Scooby-Doo”.  
De nuevo la economía y los presupuestos fueron impedimento para Hanna-Barbera y tuvieron que terminar su asociación con Turner Broadcasting, en 1990, y se juntaron con Cartoon Network. Allí nacieron las últimas series que llevaron el sello Hanna-Barbera, estas fueron “Johnny Bravo”, “La vaca y el pollito” y “Las chicas superpoderosas”.

En 1998, Hanna-Barbera  Cartoons Inc.  desaparecía poco a poco por su alianza con   Cartoon Network. En 2001, cuando empezó a formar parte de  Warner Bros. Animation, los estudios cerraron.      

Ahora, si se piensa en el legado que  la productora dejó, de acuerdo con el arquitecto Alfredo García,  miembro del Comic Club, lo que más resalta de los dibujos animados de esta compañía es  la manera pedagógica en la que “enseñaba a los niños”, “los valores morales de las historias eran primordiales”, precisa.  
Pero no solo se debe resaltar esta lucha entre el ‘bien y el mal’ que proponían las series de Hanna-Barbera, sino también las formas y la creatividad plasmada en las  más de 100  que produjeron.

Podría decirse, entonces, que la empresa de William  y Joseph ha constituido nuevas maneras de hacer televisión y es parte importante de las  industrias culturales; esto obviamente ha influido en cómo ahora cierto grupo de consumidores del audiovisual acoge o rechaza las nuevas programaciones o los nuevos contextos que están inmersos en las series que, por ejemplo, Nickelodeon,  Disney Chanel u otro canal ofrecen en su parrilla.

Esa es la marca que ha dejado Hanna-Barbera, su  legado de historias y personajes, como Scooby Doo, Los Supersónicos o Don gato,  que han significado una forma más de dibujar, ver y concebir el mundo.

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