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El gesto de Alfredo Guevara (III)

El gesto de Alfredo Guevara (III)
24 de abril de 2013 - 00:00

Por eso, Alfredo Guevara es el principal artífice de una política cultural que en el ICAIC supo conciliar la experimentación, el rigor y la formación crítica del público con una comprensión sobre el discurso artístico que debe, primero, ser arte, para desde ahí explorar tanto los conflictos esenciales de una nación como el misterio de lo que el propio Guevara, lector de Santa Teresa de Ávila, Bergson y Lezama, llamaba el alma humana, con esa entonación suya que probablemente no se vuelva a escuchar jamás en Cuba. Pero su influencia no se limita al ICAIC. Leo Brower ha dicho que es el hombre de la ideología de la cultura en Cuba después de 1959.

En la idea de Guevara, la función del ICAIC no era “hacer” el cine cubano, sino garantizar las condiciones en que ese cine pudiese nacer y desarrollarse: en el ejercicio de la crítica y la polémica, en el respeto al talento, en la comunicación con la sociedad, en la formación crítica de públicos, en el rigor de la formación intelectual de los cineastas, cuestiones todas que son extensivas al campo entero de las necesidades de la cultura cubana actual.

También por ello, su pensamiento comunica la idea de revolución con una de sus grandes pasiones: la potencia revolucionaria del “acaso”, la defensa del privilegio del matiz, la fuerza desmesurada del “sin embargo”.

Habría que preguntarse primero qué es la Revolución. Ella puede ser enfocada desde varios ángulos, pero lo más importante para mí es que el hombre piense y se piense con autenticidad. La garantía, siempre relativa, de la continuidad de la Revolución es precisamente que ese hombre, el joven cubano, piense sobre sí y sobre la sociedad a partir de un debate interno en su conciencia. Si lográramos que a este impulso, a la inquietud por la cultura —que no ha permeado a toda la juventud, pero sí a una parte— le siga una apertura, una provocación del debate, un estímulo a pensar las contradicciones, estaría garantizada de cierto modo la continuidad de la Revolución. El gran logro de la Revolución es que muchas conciencias sean activas, haría falta que todas lo fueran.  

Si esta pregunta, «cómo imagino el futuro de los cubanos dentro de diez, quince o veinte años», me la hubieras hecho hace una década te diría: «vendrá una época negra, horrible, en que seremos devastados, en que supuestos o reales investigadores trabajarán con papeles y archivos y juzgarán según su voluntad y su gusto. Unos tratarán de conservar limpia la memoria y otros no, pero una generación después seríamos revalorizados, sería revalorizada la Revolución, y, como el yin y el yang, se construiría nuevamente la Revolución».

Hablo de la revolución como hecho espiritual, no del arribo de ciertos habitantes de Miami a tomar posesión del país. Me refiero al espíritu de la Revolución. Esto es, hasta aquí, lo que yo hubiera dicho en la mayor intimidad hace diez años. Yo creo que Fidel lo comprendió, y sintió el paso del tiempo y comenzó a medir el lapso que le quedaba. Ni Fidel ni nadie es eterno. Nuestra Revolución es la Revolución más cercana a nosotros, pero es parte de una Revolución de una dimensión mucho mayor, dimensión que tiene porque es —en nuestra época— revolución en la mente de la gente, revolución en el saber, revolución en el conocimiento, revolución en el dominio-no dominio del mundo, revolución en la conciencia de si somos y seremos o si no seremos.

He aquí descritas, me parece, las causas de por qué es revolucionario usar el saco a medias. Porque antes que elegir por exclusión, es preferible no confundir coherencia con intransigencia ni lealtad con obsecuencia.

Es posible ser revolucionario y odiar las guayaberas, como es preciso para ser revolucionario rehusar las ritualidades que vacían la política y empobrecen la vida. Sí, el acto de usar el saco a medias es un acto de libertad y no solo de originalidad. Es solo una metáfora risueña —Guevara tenía un gran sentido del humor, no muy visible al público quizás por su personalidad intelectual— sobre la libertad.

Por esa libertad corrió los riesgos de la prisión y la tortura. Hasta hoy aquellos culatazos repercutían en su espalda, nunca curada del todo. Pero también comprendió que corría riesgos para tener más libertad, no para paralizarse ante ellos.

En los primeros años del triunfo de la Revolución, le presenté a Fidel un asunto y le dije: «si hacemos esto, las consecuencias pueden ser peligrosas porque si no nos sale puede pasar tal cosa; esto otro es más seguro pero menos «rentable». Hay que decidir entonces». Y Fidel me respondió: «¿Cuándo tú has visto que algo importante se haya logrado sin riesgos». Eso me dijo Fidel, pero es también mi criterio desde hace mucho tiempo. Si hay que correr riesgos, se corren, pero ni la palabra prudencia es deleznable ni los riesgos pueden ser demenciales. No hay modo de hacer algo importante sin asumir riesgos, pero mientras más inteligente y hábil es uno, los riesgos son menores.

No obstante, con la cantidad de locuras que he cometido en mi vida, no seré yo quien predique prudencia. No soy el más indicado.

Alfredo Guevara ha sido tratado en este texto como “Guevara”, pero sus amigos y sus compañeros del ICAIC y del Festival, siempre le han dicho Alfredo. Hoy no he podido llamarle “Alfredo”. He intentado ser “neutral” apenas como una venganza contra la desesperación. Ahora que he llegado al final puedo decirle, con su admirado Miguel Hernández: Alfredo, siento de usted una falta sin fondo, pero la llenaré con sus palabras, con sus obras, con su recuerdo y con su presencia.

Usted está en lo mejor de lo que muchos queremos pensar y hacer. Gracias, Alfredo, por todo.

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