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De Angostura al 30-S: una mirada retrospectiva

De Angostura al 30-S: una mirada retrospectiva
25 de julio de 2013 - 00:00

Una lectura integral de los eventos de mayor importancia para América Latina en la última década resulta un ejercicio revelador que permite apreciar las transformaciones aceleradas que atraviesa el continente y el mundo. Pero más allá de esto, muchas novedades y elementos posteriores a los hechos permiten entender lo que momentáneamente no parecía tener relación.

Las lógicas mediáticas –la reificación de la inmediatez y la primicia– son precisamente los mayores obstáculos para poder armar una apreciación contextualizada e integral de los acontecimientos. Por ello es siempre importante revisar la historia contemporánea a la luz de los hechos, en búsqueda de esclarecer el presente a partir del pasado.    

En este sentido, las transformaciones que se han dado en nuestro continente suelen ser vistas desde una perspectiva de polarización; si bien se ha dado efectivamente una polarización notable en ciertas naciones, no se trata de un fenómeno autónomo, ajeno a factores externos. Al contrario, en muchos casos suele ser una polarización alentada o fabricada desde intereses ajenos al país.   

Un punto de partida que marca totalmente una ruptura en la historia moderna latinoamericana es la Operación Fénix, el ataque que el ejército de Colombia efectuó sobre territorio ecuatoriano, violando todo lo establecido por el derecho internacional. A pesar de haber sido considerada esa incursión ilegal como un incidente aislado para asesinar al líder guerrillero Raúl Reyes, las implicaciones de dicha operación militar fueron más allá.

Un punto de partida que marca una ruptura en la historia latinoamericana es la Operación FénixSi consideramos el momento histórico en que se dio la operación, varios aspectos llaman la atención y apuntan a una sospechosa concertación. Entre febrero y marzo de 2008, cuando se desarrolló la Operación Fénix, el continente latinoamericano vivía convulsos episodios; el presidente Evo Morales –que apenas llevaba la mitad de su mandato– se enfrentaba a una ola independentista con fuertes contenidos ideológicos racistas que atentaban con desatar un conflicto armado en esa nación. En Argentina, la presidenta Cristina Kirchner se enfrentaba al descontento del sector agroindustrial, toda vez que la prensa (con fuertes vínculos a dichos negocios) buscaba sumar simpatizantes a la causa empresarial.

Mientras que esto ocurría, en Ecuador se inauguraba una nueva Constitución aprobada por mandato popular, el presidente Rafael Correa gozaba una altísima popularidad en un país cuya historia inmediata estaba regida por la inestabilidad política. A su vez la nueva Carta Magna implicaba el retiro de la estratégica Base de Manta que operaba en función del Plan Colombia.

Hasta entonces, el único precedente de desestabilización en el continente había sido el intento de golpe de Estado de 2002 en Venezuela, donde la policía metropolitana jugó un papel central. La lectura que se hacía de la situación – tanto desde la derecha como desde la izquierda– era que la administración Bush había abandonado su patio trasero. La Operación Fénix demostró la cruda falacia que representaba este análisis.

Lo más importante del período fue la forma en que se manifestó el poder transnacional.Las confrontaciones entre las elites de la media luna y el gobierno del presidente Evo Morales fueron alentadas por el gobierno estadounidense. El supuesto descubrimiento de la computadora de Raúl Reyes fue hábilmente explotado por la administración Bush para promover la doctrina de las fronteras permeables, que pretendía transformar el concepto de soberanía para permitir intervenciones arbitrarias bajo la bandera de la lucha al terrorismo. También esos contenidos significaron un arsenal fresco para medios de comunicación y partidos opositores.

Pero lo más importante del período en cuestión fue la forma en que se manifestó el poder transnacional que tuvieron que enfrentar los gobiernos progresistas. Un año después del conflicto con la media luna, el gobierno boliviano frustró un atentado organizado por mercenarios pertenecientes a la “Szekler Legio” (Legión Siculis), una organización terrorista de Europa del Este liderada por Tibor Révész.

Hace un año, durante la ceremonia por el segundo aniversario de creación del Servicio de Protección Presidencial (SPP), el presidente Correa recordó que Angostura demostró la vulnerabilidad que tenía el Ecuador. En dicha intervención, el mandatario también recordó la importante infiltración de los servicios de inteligencia del país, que ese episodio puso al descubierto en un primer momento. Pero el 30-S ocurrido en el 2010 evidenció que las redes de infiltración iban más allá.  

Durante el intento frustrado de golpe de Estado, el mundo quedó impresionado ante la brutalidad con la cual actuaron varias unidades de la policía ecuatoriana. Después del intento de golpe, el canciller Patiño denunció la infiltración de diferentes fuerzas extranjeras provenientes de diversos países. Más adelante quedaría al descubierto que un grupo dentro de la policía era financiado directamente por la embajada de EE.UU.          

En 2009 Honduras -otra nación perteneciente al ALBA– vivió un golpe de Estado. Hasta hoy sigue siendo el país más violento del continente y el asesinato de periodistas y opositores al gobierno no ha cesado. En marzo de este año, se descubrió que EE.UU. financia a unidades especiales de la policía hondureña, acusadas de asesinatos políticos extra-judiciales. En Bolivia también la policía se lanzó a las calles en huelga, frente al gobierno del presidente Morales.      

La suma de los eventos anteriormente descritos deja claro que existe una concertación de interés y acciones en detrimento de un grupo de gobiernos regionales. Los medios de comunicación han intentado desacreditar o bien minimizar estas conexiones que permitirían identificar de forma clara un movimiento reaccionario derechista articulado a nivel internacional, con objetivos tan nefastos como golpes de Estado, asesinatos políticos y hasta el magnicidio.

Estas grandes redes que sostienen de manera encubierta la desestabilización en las naciones latinoamericanas han salido a la luz en su forma más radical en las naciones pertenecientes al ALBA, gobiernos cuyos proyectos políticos plantean un cambio radical de sus respectivas naciones. No obstante, las conexiones subyacen al resto del sub-continente y se fundamentan en una política exterior permanente desde la guerra fría; una política sistemática de infiltración y financiamiento.

No se trata de generalizar y creer que toda oposición en las naciones progresistas del continente se fundamenta meramente en un apoyo foráneo o en intereses extranjeros, pero tampoco se puede obviar este elemento en episodios antidemocráticos y abiertamente reaccionarios como los descritos anteriormente. Sin embargo no podemos dejar de lado la importancia que tienen estas estructuras construidas a través de la historia que hoy se activan en defensa de sus intereses.

Y precisamente es ahí dónde radica la importancia de los medios de comunicación privados; hacernos creer que quienes atentan contra nuestras democracias son actores que reivindican causas legítimas, ajenas de intereses sectoriales o foráneos. Es hora de que los medios de comunicación dejen de lado su falaz objetividad y hagan un examen autocrítico profundo.

Solo de esa forma puede evolucionar el periodismo y la comunicación en masa hacia lo que debe de ser: una herramienta democrática y constructiva al servicio del interés social.

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