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Alfaro en la sombra, algo sobre el tamaño y otras tristes cojudeces

Alfaro en la sombra, algo sobre el tamaño y otras tristes cojudeces
03 de marzo de 2013 - 00:00

Lo quieren largo y no puedo negarme. Y ahí les va, lo más largo. Eso sí, no me lean mal, que las malas lecturas son peligrosas. Cojudo, por ejemplo, es una palabra dulce, incluso tierna, pero fue mal leída, convirtiéndola en mala palabra al ligarla a cojones, con los que nada tiene que ver, pues procede de lo patuleco que es el ternero recién nacido. Es decir, que está cojudo (cojea). 

¿Está claro? OK. Entonces aguántense lo largo, ya que así lo han pedido, y a solicitud de parte, relevo de queja, le dice el galán a la mujer que se hace la del estrecho.

Como vemos, cualquier cosa que se diga del tamaño puede caer en el doble sentido. Es preferible chiquito y travieso que, grandote y cojudo (temblecoso digo, y el fondo doble del sentido resplandece).

Dejémoslo ahí, entonces, y enganchémonos con Alfaro en la sombra (Paradiso Editores, Quito 2012) de Gonzalo Ortiz Crespo, novela de excelente calidad en la que su autor aborda hechos históricos desde enero de 1912, cuando la llegada de Eloy Alfaro a Guayaquil, su levantamiento armado contra el gobierno de entonces y una sangrienta guerra civil.

Tras aclarar que no tiene la más mínima intención de menoscabar la imagen de Alfaro, Ortiz Crespo explica que su texto no es un libro de historia, sino una novela que entrelaza hechos ficticios e históricos.

Este entrelazamiento está tan bien formulado que Alfaro en la sombra, como lo señalan sus editores en la cuarta de forros del volumen, es una excelente novela, justo tributo a Alfaro en el centenario de su asesinato. Así, con gran solvencia narrativa, calidad de historiador, investigador y periodista, Gonzalo Ortiz Crespo nos entrega un texto ágil, temáticamente amplísimo, que incluye los prolegómenos de la construcción del Canal de Panamá, la independencia cubana y muchos otros hechos históricos de gran interés y vigencia.

Un paréntesis personal. Me entusiasma el respeto de Ortiz Crespo por Alfaro, único héroe en un país de heroínas: Manuela Cañizares y Manuelita Sáenz, por ejemplo, lo que evidencia una vocación de chulos, aceptando las limitaciones del Viejo Luchador, que no era más que un liberal, y no lo menoscaba ni lo magnifica.

Veamos ahora las situaciones y hechos históricos que hábilmente, de manera natural, mostrando una vez más su capacidad novelística, Ortiz Crespo destaca por su importancia y vigencia.

Por ejemplo “(...) un médico cubano, Carlos Finlay, había venido sosteniendo desde veinte años antes del desembarco estadounidense, que el transmisor de la fiebre amarilla era un mosquito (…). Incluso, este científico había realizado decenas de inoculaciones para producir formas atenuadas de la enfermedad (…). Los integrantes de la Comisión Médica del Ejército de Estados Unidos no le creyeron.

Finlay los persuadió a que hicieran experimentos cuidadosamente controlados para comprobar la causa del mal. El coronel Walter Reed, cirujano del Ejército de EE.UU., jefe de la Comisión Médica, terminó apropiándose de las conclusiones de Finlay y las presentó como propias en la Conferencia Sanitaria Panamericana. Todos alabaron desde entonces a Reed como el descubridor del mosquito transmisor de la fiebre amarilla y de la vacunación para la enfermedad.

Es importante también el señalamiento que hace de Eloy Alfaro y sus limitaciones en cuanto a su ideología liberal. Escribe al respecto: “El general Alfaro hizo una revolución, una transformación profunda del país, pero se quedó trunco (…). Cierto es que eliminó la prisión por deudas, pero no cambió nada la tenencia de la tierra, y tampoco suprimió el concertaje (…)”, un sistema por el que los campesinos cambian su fuerza de trabajo por un pedazo de tierra y un salario nominal que no le llega nunca porque siempre están endeudados con la hacienda.

Alfaro en las sombras destapa, deja ver los entretelones de los cabildeos, ofrecimientos y maniobras de EE.UU. en la definición de dónde debería abrirse el canal interoceánico, en función de sus propios intereses, y el posible alquiler, en el mismo contexto y por casi un siglo, de las islas Galápagos, lo que no le disgustaba a don Eloy.

Pero ante tal carga de contenidos, de naturalidad, enseñanza, ágil y agradable lectura, solo cabe el silencio porque no es un libro para comentar (cualquier comentario queda corto), sino para recomendarlo, es decir, es un libro que hay que leer. Hágalo.

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