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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

Redes sociales

04 de junio de 2015 - 00:00

Las redes sociales son un espacio para compartir ideas, experiencias, historias, deseos, ilusiones y vanidades. Hablo singularmente de Facebook, espacio en el que comparto con muchos amigos conocidos y desconocidos, que viven en diversos países y provienen de culturas diferentes. En ese sentido, esta red ha servido para romper aislamientos nacionales y ponernos en contacto directo y simple con el mundo.

¡Cuántas cosas nos llegan por este medio de comunicación! Hay expresiones artísticas que llegan en forma de imágenes, filmaciones, grabaciones y facsímiles. Hay fotografías o videos de fenómenos naturales que ocurrieron antes o están ocurriendo hoy mismo, lo que nos da una sorprendente capacidad de vivir en forma ampliada la historia anterior y el mundo contemporáneo. Y hay también inevitables manifestaciones de egotismo y vanidad.

Detrás de esos envíos hay gentes cultas, amables y cordiales, que realmente buscan un espacio nuevo de socialización y un medio de grata relación con los demás. Algunos contertulios son artistas que nos regalan sus últimas creaciones. Otros son navegantes del espacio digital que nos comparten sus hallazgos culturales o ideas útiles y recomendaciones de salud.

Sospecho que buena parte de mis amigos cibernéticos son jubilados, como yo, o simplemente gentes solitarias, a quienes la rudeza y vértigo de la vida contemporánea han arrinconado en su hogar, pero que se niegan a la soledad y buscan un espacio para ganar amigos y ejercitar sus activísimas neuronas. ¡Cuántas personas sabias hay entre ellos!

Lamentablemente hay también las gentes zafias, que usan este espacio generoso para agredir o otros o volcar todas sus frustraciones y amarguras políticas. De este modo, lo que podría ser un espacio privilegiado para el  cruce respetuoso de ideas o puntos de vista contrapuestos, muchas veces termina por ser una avalancha de odios y fermentos. En tal caso, no queda más que borrar al agresor o bloquear al deslenguado, so pena de que nuestro muro termine convirtiéndose en un estercolero.

En fin, hay los navegantes misteriosos, que por reserva natural o calculada no se presentan con su propio nombre ni su propio rostro, sino que se ocultan tras seudónimos o imágenes corporativas, de modo que uno no sabe con quién mismo trata. Por regla general yo evito esas solicitudes de amistad, porque aceptarlas es como ir a un encuentro en la oscuridad.

Y en esas andamos. Conociendo nuevos e inesperados amigos, compartiendo las alegrías y dolores de otros, abriendo los ojos y oídos a nuevas sensaciones y propuestas creativas, oteando los infinitos horizontes de lo humano. Lo mejor de todo es que se trata de un espacio libérrimo, que no está bajo el control de los monopolios informativos y donde los propios contertulios van fijando ciertos principios de comunicación y arrinconando a los odiadores, agresivos y malcriados, aunque lo hacen muy lenta y tímidamente.

Para bien o para mal, lo cierto es que las redes sociales están ahí y tienen un formidable alcance cultural y político. Pero son todavía un mundo anárquico, que requiere algún orden, alguna ética esencial. (O)

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