Acaba de fallecer en Bogotá el reputado filósofo, historiador y político colombiano Otto Morales Benítez, a los 94 años de edad. Y aunque todos sus amigos y admiradores sabíamos de su avanzada edad, la noticia nos ha sorprendido en cierto modo, quizá porque habíamos llegado a creer que el maestro era inmortal.
Agudo, franco y cordial, Otto era dueño de una risa estentórea y afamada, que contagiaba alegría y entusiasmo a sus interlocutores. Pero era, sobre todo, un pensador profundo y un expositor brillante, que cautivaba a los auditorios por la claridad de sus ideas, la precisión de sus conceptos y la fuerza de sus expresiones. Varias veces vi a salas enteras aplaudirlo de pie durante largo rato.
También era un gran escritor y gustaba a sus lectores tanto por su pensamiento diáfano como por su estilo preciso y elegante. Una rica variedad y cantidad de títulos, cada uno más importante que otro, conforman su obra intelectual, dedicada principalmente a los problemas y asuntos de Colombia, aunque también en buena medida a las cuestiones atingentes a nuestra América, que él gustaba de llamar Indoamérica, usando la feliz expresión acuñada por Haya de la Torre.
No tuve la suerte de ser su alumno, lo que me hubiera gustado y beneficiado grandemente, pero a cambio tuve el honor de ser uno de sus jóvenes amigos y de compartir con él numerosas reuniones y eventos culturales. Uno de ellos fue el IX Congreso Internacional de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y Caribeños, celebrado en Santa Marta, Colombia, en 2010, ocasión en que la Adhilac lo proclamó miembro honorario y él, por su parte, nos regaló un formidable discurso sobre la realidad y destino de América Latina.
Otto Morales Benítez fue profesor universitario de Derecho y Sociología, miembro de una comisión investigadora de las causas de la violencia, senador de la república por su natal departamento de Caldas, ministro de Trabajo y de Agricultura, candidato a la Presidencia de Colombia por el partido liberal.
Pero fue, sobre todo, el presidente que Colombia se privó de tener y que pudo evitarle cincuenta años de desangre. Recuerdo que alguna vez me relató sus conversaciones de paz con ‘Tirofijo’. Ahí comprendí que ese hombre tenía la estatura moral y política para entender las causas sociales de la violencia.
Una vez que este gran maestro se ha ido ya de la vida, ahí nos quedan sus libros para entender mejor a Colombia y a nuestra América. Estudios críticos (1948) Aguja de marear (1979) Muchedumbres y banderas: luchas por la libertad (1980), Papeles para la paz (1991), Teoría y aplicación de las historias locales y regionales (1988), Derecho agrario y otros temas de la tierra (1981), Cátedra caldense (1984).
También nos queda un último libro suyo que testimonia su afecto por nuestro país y su admiración por Juan Montalvo y Benjamín Carrión. Se titula: Ecuador, entre el mar y las montañas y fue publicado el año pasado por la Academia Nacional de Historia. Curiosamente no ha sido presentado al público todavía, pues esperábamos la ocasión de hacerlo en Quito y Bogotá, en presencia de su autor. Ahora lo haremos en su ausencia. (O)
