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El Telégrafo
Fander Falconí

Los juegos del capital

03 de junio de 2015 - 00:00

Mente sana en cuerpo sano, decían los romanos hace dos milenios, emulando a los griegos antiguos. La práctica del deporte siempre fue bien vista, en especial en nuestra época, tanto en el ideal de los ‘caballeros’ británicos, como en la política socialista de los obreros soviéticos. El fundador de los juegos olímpicos modernos en 1896, el francés Pierre de Coubertin, soñaba en hacer del deporte un elemento conciliador, a favor de la paz mundial. Pero, como siempre, tras los idealistas llegaron los mercaderes. Y no solo a los juegos olímpicos, sino al más popular de los deportes.

El fútbol nació en Inglaterra y se popularizó a nivel mundial con el apogeo del imperio británico. Si en la primera Copa Mundial de Fútbol (Uruguay, 1930) todavía no se veían síntomas de corrupción y pocos conflictos de poder, la segunda Copa no dejó lugar a dudas. Italia, 1934. El gobernante Benito Mussolini, fundador del fascismo, hizo de todo para que el equipo italiano fuera campeón: 1) nacionalizar a varios jugadores argentinos y a un brasileño, y 2) amenazar (de manera velada) de muerte a todas las selecciones que se enfrentaban con Italia si ganaban y a sus propios seleccionados si perdían. La Copa quedó en Roma y los métodos mafiosos ya quedaron en el fútbol.

81 años después en Zúrich, Suiza, son arrestados los principales dirigentes de la FIFA, incluido el vicepresidente Jeffrey Webb, en una redada en un hotel de lujo a orillas de un lago. Las noticias hablaban de una extradición pedida por Estados Unidos, para que respondieran a cargos de corrupción. Los rumores hablaban de bacanales al estilo Berlusconi, en las cuales se repartían favores y se recibían regalos.

Además, hay sospechas de corrupción en la asignación de sedes a Rusia y Qatar (lo que otorga un tinte geopolítico a la decisión). Lo increíble es cómo el único dirigente que se libró del arresto, el presidente Joseph Blatter, demostró ser mejor escapista que el mago Houdini. Ahora Blatter aparece como el honesto dirigente que planeó la redada: el ‘agente especial’ del FBI Blatter, el milagroso Saint Joseph y el digno presidente de la FIFA: tres personas en un solo dios del deporte.  

‘El caso de la pelota corrupta’ podría titularse esta ‘novela’ policial. O también ‘El crimen perfecto’: se comete un delito, les condenan a los cómplices y el autor queda libre.

No obstante, más allá del sarcasmo, este incidente debe dejarnos una lección: un sistema basado solo en el lucro es necesariamente corrupto; la selección de sus dirigentes no se funda en su capacidad de administrar en forma austera, sino en su capacidad de rapiña y su falta de escrúpulos.

El escándalo de la FIFA abre la cancha para preguntarnos acerca de otros juegos del capital. ¿La corrupción es algo inherente al dinero? ¿El afán de lucro es parte de la naturaleza humana? Una posible respuesta es que la humanidad no puede liberarse de la corrupción, si no cambia de conciencia y forma de vida.

Capital y corrupción en lo que se pregona como lo más sano de las actividades humanas: el deporte. (O)

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