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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

Entre el limbo y el infierno

19 de marzo de 2015 - 00:00

El 1 de diciembre de 2010 la Interpol libró tarjeta roja para que Julian Assange fuera detenido en cualquiera de los 188 países que integran la organización. La finalidad era obvia: conducirlo a una cárcel norteamericana para satisfacer la venganza de los amos del imperio, desenmascarados por los WikiLeaks en lo que toca a sus turbios y criminales manejos, a través de la filtración de millones de cables y mensajes cruzados entre Washington y sus embajadores y cónsules de todo el mundo.

La amenaza era mortal, pues provenía del país que reverencia la silla eléctrica y donde el número de presos de toda índole suma el 25 por ciento de los presos que se registran en el mundo, mientras el país no alcanza el 5 por ciento de la población mundial.

Para el efecto, la justicia sueca jugaba -juega aún- el papel de comodín de los vengadores de Washington, mediante la endeble acusación de violación de alguna dama sueca, endilgada al periodista australiano. De habérsele apresado en Estocolmo, Assange fácilmente habría sido llevado a ese sepulcro de los vivos que es el sistema carcelario del imperio, donde los horrores cometidos con los prisioneros en Guantánamo son un símbolo que supera las atrocidades hitlerianas.

Por fortuna para Assange, el humanismo del Gobierno ecuatoriano le abrió las puertas, brindándole asilo en nuestra embajada de Londres. Allí, el valeroso comunicador australiano acaba de cumplir mil días de encierro, mil días de limbo, lejos del cielo de la libertad pero, por fortuna, también del infierno norteamericano, cuyas fauces sedientas de sangre están siempre a la espera de nuevas víctimas, esto en medio de plegarias  religiosas, cánticos democráticos e himnos patrióticos.

Dentro de ese limbo cercado de incertidumbres, el ilustre perseguido y el Gobierno ecuatoriano acaban de anotarse un triunfo trascendental, al conseguir lo que pidieron desde el comienzo del asilo, es decir hace mil días: que los jueces suecos recepten las declaraciones del acusado dentro de la embajada donde se  asila, para así garantizar su integridad y su vida.

Este es un triunfo también de la opinión pública mundial, que se ha movilizado en todas partes a favor de Julian Assange, por considerarlo un verdadero defensor de la humanidad, pues sus revelaciones, lejos de cualquier nota de espionaje o robo de documentos, como se ha señalado con odio tan feroz por parte de los voceros del imperio, constituyen una obra gigantesca en defensa de la paz, la libertad de expresión y el derecho universal de información.

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