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Resentimiento social

Resentimiento social
27 de julio de 2016 - 00:00 - Jorge Luis Serrano, Sociólogo y docente universitario

¿Cuál será el precio que Ecuador termine pagando por la desaforada carrera que ha hecho del odio y el resentimiento social el núcleo más dinámico del discurso político de parte importante de la oposición, tanto de derecha cuanto de la izquierda antisistema? No se escucha ni se ve un debate de ideas, programas o modelos, sino ataques furiosos a personas, funcionarios, especialmente al Presidente de la República, o a militantes del movimiento en el Gobierno, ataques que reflejan una voluntad de hacerse con el poder a cualquier precio. Por ejemplo, cuando el banquero candidato empezó su costosa, desesperada e ininterrumpida campaña política hace algunos años, solía decir, cuando le preguntaban, que había muchas cosas que debían ser reconocidas a la Revolución Ciudadana.

Luego cambió el discurso sintonizando su fraseología con las derechas más agresivas de la región. Mucho más patético es el caso del asambleísta candidato ambulante a presidente que ‘por error’ recibió un millonario depósito bancario, que no ha justificado hasta la fecha, cabecilla de las violentas marchas de 2015 y autor de diatribas que permanentemente incitan al odio y la agresión. Cero propuestas. Algo debe decirnos el hecho de que el guion va más allá de las fronteras de Sudamérica y ocupa al hemisferio occidental. Basta escuchar al candidato republicano en Estados Unidos y a los líderes europeos de extrema derecha, quienes han encontrado, igualmente, en discursos de odio e intolerancia el combustible para impulsar sus campañas políticas. Es desconcertante la fascinación que el ascenso de estos discursos ejerce sobre los privilegiados, señala la autora francesa Virginie Despentes.

El presidente Correa ha basado las transformaciones sociales de su gobierno sobre un discurso de confrontación con el sistema, contra el statu quo que, por lógica, ha provocado fricciones y enfrentamientos. Eso está en la raíz de la diferencia de la argumentación de figuras que representan, o estructuras sociales hegemónicas, o un anarquismo social antisistema, cuyas respuestas principales no aportan ideas, sino básicamente odio y sed de venganza.

Las redes sociales, aquellas que han modificado para siempre la comunicación haciendo de cada uno de nosotros potenciales articulistas, reporteros o cronistas, son, a la vez, el campo de batalla donde diariamente, gracias a un serio y triste defecto de configuración que permite la indiscriminada existencia de cuentas falsas y anónimas, así como el abuso irracional de la libertad de expresión, se derraman toneladas de insultos y toda clase de rumores y mentiras, emitidas sin responsabilidad ni beneficio de inventario. Ha sido un error caer en las provocaciones, así como haber convertido en interlocutores a verdaderos don nadie, pero dadas las actuales circunstancias, por eso y por aquello, habitamos una guerra sucia abierta en gran escala en la esfera virtual, agravada cuando los rumores o mentiras son divulgados por actores o personalidades ‘serias’.

En el juego democrático es normal que existan bandos y posiciones distintas. Lo que raya en la locura es la exacerbación de posturas al punto de anhelar la desaparición física del contrincante. Si algunos pudieran repetir las condiciones para el arrastre de Alfaro, de acuerdo con tendencias que marcan por momentos la tónica de los debates en redes, lo harían sin pensarlo con Correa. En palabras de un serio y respetable historiador nacional “el discurso de odio que escuchamos hoy, en épocas pasadas ya hubiese provocado una guerra civil”.

Estas disertaciones de odio y resentimiento han sido especialmente fértiles en estratos de la clase media, quizás por rezagos atávicos de arribismo y vanidad, por sed de venganza entre aquellos que se consideran verdaderos y únicos elegidos del destino y que desprecian toda forma de ascenso social en favor de las mayorías pobres, las cuales, de acuerdo con una lógica colonial todavía muy presente en nuestras sociedades, deberían saber ocupar su lugar, pues, como dicen miembros del actual Gobierno argentino, estas “se acostumbraron a vivir demasiado bien.”  

Los calibrados y manipuladores mensajes de resentimiento social de blogs financiados oscuramente son más de lo mismo y forman parte de una campaña política coordinada. Abonan con grandilocuentes, tendenciosos o falsos titulares la artillería del rencor a través de los cuales expresan, en realidad, una evidente y enfermiza animadversión personal. Hablan permanentemente de derroches, satanizan toda forma de gasto público y al Estado como institución, minimizan todos los esfuerzos emblemáticos y no han presentado una sola denuncia en el sistema judicial. En su cadencioso discurso, que exacerba el odio, todo está mal, nunca hemos estado peor y hablan de acabar con la pesadilla a cualquier costo. Esta articulada estrategia de framing ha ganado adeptos y militantes agresivos ¿Hacia dónde nos conduce todo eso en términos políticos y sociales? La escena es árida y el panorama difícil, especialmente porque sus candidatos se perfilan como perdedores.

Una gran mayoría de la población, ajena quizás al ruido ensordecedor de las redes sociales convertidas en cloacas, continúa manifestando un apoyo, aceptación y confianza nunca vistas para un líder y un gobierno que cumplirá en pocos meses una década en el poder. Es un récord histórico de estabilidad, más aún si lo ponemos en relación, no solo con la inmediata década precedente, 1996-2006, la más inestable de nuestra historia, sino, precisamente, en el contexto de la historia general de Ecuador. Si hubiese buena fe, sano patriotismo y madurez histórica y social, deberíamos participar en debates y reflexiones por la agenda del país en el largo plazo para revisar críticamente aquellas cosas que, por supuesto, hay que cambiar, mejorar, suprimir o modificar.

La proliferación indiscriminada de candidatos a Presidente salidos de aquellos espacios más ‘críticos’ de oposición demuestra, en realidad, la pobreza de la escena y la tristeza de los intereses que ocultan y que verdaderamente motivan este escenario: oportunismo y mediocridad. Nos dan a entender que anhelan los años de inestabilidad donde el tuerto era rey y los oportunistas pescaban a río revuelto, con unas grandes mayorías que o migraban a algún país del norte o bregaban cotidianamente para sobrevivir, a duras penas, en un país sin oportunidades. En ese sentido estos son no solo discursos de odio y resentimiento, sino de terror. (O)

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