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El Telégrafo

Fuego

24 de septiembre de 2013 - 00:00

En un día cuatro o más incendios forestales en el área de Quito metropolitano. No niego que hay cosas que simplemente suceden, sin embargo, también es cierto que en el origen de un accidente hay, si no un culpable, un responsable.

Vivo en una urbanización en la salida norte de la ciudad. El sábado de mañana iba a hacer gestiones cuando vi un pequeño fuego junto al cerramiento. Llamé por teléfono a la garita de la entrada y le conté lo que sucedía a quien me contestó. Se molestó: estaba solo, había una cola de carros en la entrada y no podía hacer nada.

¿Qué tal si el fuego alcanzaba la garita? Pero no: él tenía que seguir pidiendo la cédula a los visitantes, pase lo que pase, aunque sea en medio del incendioInsistí, molesta yo también, en que era una situación grave que podía volverse incontrolable si no se tomaban medidas a tiempo, le pedí que llamara a la administración o directamente a los bomberos. Se molestó más, dijo que en la administración no había nadie y que no podía hacer nada. Con el auto detenido, llamé al 911, donde me atendieron con amabilidad y dijeron que en seguida se ocuparían del asunto. Cuando regresé, como una hora después, en el sitio había un incendio de proporciones y algunos vehículos de los bomberos tratando de ahogarlo.

Por suerte este incendio no llegó a mayores, pero al día siguiente se desataron fuegos en varios sitios de la ciudad, y yo volví a mi experiencia del día anterior. Primero, ¿por qué se produjo? Sin saberlo, podría conjeturar: alguien arrojó o dejó una botella en el lugar, con la luz del Sol no tardó en producirse el conocido efecto de concentración de luz y energía en la hierba seca de tantos días sin lluvia. O alguien arrojó al paso una colilla de cigarrillo sin más. Negligencia, descuido, quemeimportismo.

Y está después la desconcertante reacción de la persona que atendió el teléfono. ¿Qué tal si el fuego alcanzaba la garita, por cosas del viento? Pero no: él tenía que seguir pidiendo la cédula a los visitantes, pase lo que pase, aunque sea en medio del incendio, tal cual un soldado dispuesto a morir con las botas puestas más allá de cualquier lógica o razón.

¿Qué nos cuesta, me pregunto, diferenciar lo urgente de lo importante? ¿Qué nos cuesta pensar en las consecuencias de nuestras acciones? ¿Qué nos cuesta comprender que todos somos responsables, no solo el Gobierno, no solo el Alcalde, no solo los bomberos? ¿Qué nos cuesta dejar de insultar y echar la culpa en nuestros particulares muros de las lamentaciones y asumir nuestra parte de responsabilidad en el cuidado de nuestro entorno? ¿Acaso es tan difícil tomar conciencia de lo que podemos y de lo que no debemos?

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