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El Telégrafo

El poder

16 de mayo de 2013 - 00:00

Los seres humanos hemos concebido e implantado el poder como una necesidad para nuestra convivencia, así como la autoridad, la justicia y el derecho. Sin embargo, es indispensable cubrir con ciertas cualidades especiales a estos elementos de la civilización de los pueblos, para tranquilidad de sus ciudadanos, pues en su ausencia el poder degenera en abuso, la autoridad en tiranía, la justicia en despojo organizado y el derecho en privilegio. No hay ningún modelo de gobierno que pueda realizar dicha  protección  a estos factores de la sociedad como lo hace la democracia.

La democracia es aquel sistema de gobierno en el cual la soberanía del poder reside y está sustentada en el pueblo. Implica que el ciudadano se gobierne a sí mismo y respete a sus semejantes; es un régimen de decisiones individuales que espontáneamente responden a las exigencias del colectivo. Todavía añoro con nostalgia la antigua lección cívica que decía: “La democracia resulta de la unión de la fuerza del Poder Ejecutivo, con la prudencia del Poder Legislativo y la sabiduría del Poder Judicial”. De donde la verdadera democracia se forma, subsiste y se perfecciona por la moral de todos, basada a su vez en la moral de la vida: el respeto y apoyo mutuo y solidario entre los hombres y mujeres. De ahí que el derecho y la justicia tienen gran importancia para la subsistencia organizada de los pueblos.

El derecho es el orden normativo e institucional de la conducta humana en sociedad, inspirado en postulados de justicia, cuya base son las relaciones sociales existentes que determinan su contenido y carácter. La justicia, por su lado, consiste en reconocer, respetar y hacer valer los derechos de las personas. El que es justo vela porque no se cometan atropellos contra sí mismo ni contra los demás y está dispuesto a protestar con energía  cada  vez que se encuentra frente a un abuso o un crimen, venga de donde venga. Hemos vivido en el país -debido a crisis políticas y sociales-  épocas en las que desaparecieron el Poder Ejecutivo y también las autoridades legislativas y, aun así, la República siguió adelante, enferma y agredida, pero en pie; pues siempre nos quedó algo de justicia, ya que si esta desaparece, pronto se dejan sentir la tiranía, los privilegios y el caos.

En democracia se puede imponer la libertad, la igualdad y la fraternidad. Pero hay que reconocer que solamente podemos pedir libertad cuando hayamos liberado nuestra propia personalidad; que busquemos igualdad cuando sea posible, no solamente en el orden político y social, sino en el orden económico y en las posibilidades de construir nuestro propio destino por medio del trabajo; y que prediquemos la fraternidad cuando estemos seguros de haber desterrado de nosotros el egoísmo y la ambición. Entonces estaremos “predicando con el ejemplo”.

Iniciamos una nueva Asamblea Nacional, por primera vez regida por tres distinguidas mujeres ecuatorianas y enseguida comienza otro mandato del reelecto presidente Rafael Correa. Es su deber, como autoridades y siendo poder,  marchar con paso seguro en derecho y con justicia, los próximos cuatro años de gobierno, pues en pleno goce de la razón tienen que hacer un inventario de sus facultades, de sus fuerzas y de haber meditado profundamente sobre su propio valer. Eso se lo deben a la patria.

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