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El Mundial

El Mundial
13 de junio de 2014 - 00:00 - Por: Pedro Ortiz Jr.

En el año 1986, yo tenía 10 años y jugaba Maradona, por eso nos dejaban salir temprano del colegio cada que le tocaba a Argentina, tiempos en los que en realidad era un sueño casi emancipador el que nuestra selección clasificara al Mundial de fútbol.

Cada uno tiene una Copa Mundial predilecta; para mí, la que se me quedó entre la realidad y la fantasía de mis ojos grandes de niño cabezón con corte de pelo parado como cepillo, patillas mal rasuradas y con rabito atrás, fue la de México 86, la del mejor Diego de todos los tiempos, cuando el barrilete cósmico fue la mano de Dios antes de ser la nariz el diablo.

Llené el álbum, coleccioné los vasos, compré las camisetas, era ese tiempo en que había que hinchar por otro país, porque no estábamos compitiendo y es más, se había acuñado una frase que representaba lo imposible que rezaba “cuando Ecuador clasifique al Mundial”.

Por eso yo era argentino y la mayoría eran brasileños, cada cual escogía para el peloteo en la calle o en las canchas un jugador de afuera que estuviese de moda, algunos cuyos papás les habían contado del mejor jugador de todos los tiempos, eran Pelé, otros Platini, por ahí no faltaba el Rummenigge; yo nunca pude ser Maradona porque siempre me mandaban a tapar, casi siempre vivía los dos clichés de la vida que ahora podrían ser considerados bullying: gordo al arco y en cuestiones de música gordo al bajo, pero no importa porque yo tapaba durísimo no ven que tenía la rapidez de Joel Batz, la estatura de Jean Marie Pfaff o y la volada de Harald ‘Toni’ Schumacher.

Para mí es muy vívido pensar en aquella época corriendo con mochila al hombro hasta llegar a la casa, recuerdo el olor del sol, el calor de la sopa del almuerzo y lo chiquitos que se veían los jugadores en la única tele que había en casa a la que había que golpear a un costado para que termine de prender y cambiar de canal con un alicate porque la perilla se me quedó en la mano viendo el Súper Comando.
Con el tiempo se me fue pasando la pasión del fútbol y me volví adepto a otras cosas, no me gustó Italia 90, aunque aún me ruedan lágrimas de emoción cuando veo el vídeo en que Diego se saca a 3 brasileros y pasa por entre las piernas de un cuarto el balón para que Caniggia someta al arquero, algo que repetirían alguna vez Insúa para Gavica y este se la toca al ‘frentón’ Muñoz cuando le ganamos a Colo Colo en el monumental, libertadores del 92.

¿Qué por qué se llora cuando se recuerda? Porque cuando uno llega a la madurez intelectual sabe que tiene tal vez solo veinte años de excelencia antes del gran retorno a la infancia.

Es aquí cuando nos damos cuenta que la vida se escapa entre los dedos y que las evocaciones son regalos de la memoria.

El tránsito incesante del tiempo apagó la llama del fútbol en mi reemplazándola por otras virtudes, encuentros y desencantos, música, libros, mujeres y otros partidos con otras copas llenas, siempre llenas.

A la larga los tiempos cambiaron tanto que Ecuador sí llegó a su primer Mundial y ya vamos por el tercero, ganó Roland Garros y hasta subimos al podio olímpico por una medalla de oro mientras que Pelé sigue siendo el mejor de todos los tiempos, pero Ma-radona es D10S y todos somos borregos de algo.

A larga y con los años me doy cuenta que el fútbol es el rey de los deportes solo porque su magia radica en que nos hace sentir importantes a todos.

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