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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz - cmurilloruiz@yahoo.es

Cristina

26 de octubre de 2015 - 00:00

Quienes viven de manera efímera o circunstancial la ciudadanía de los tiempos modernos, sobre todo en las principales urbes latinoamericanas, saben que al final de cualquier campaña electoral para renovar autoridades, aparece recurrentemente el gusto por aglutinar en el antecesor las desgracias de la vida política de una nación. En el caso de Argentina, la presidenta Cristina Kirchner resiste un acoso mediático muy particular aunque no sorpresivo: su condición de mujer con poder (o en el poder) ha hecho de ella el blanco para ensayar los peores tiros del viejo machismo latinoamericano.

Circula en las redes una carta leída oralmente contra su figura y a lo largo de su texto/voz podemos detectar la burla sardónica de su condición femenina fraguada como un garabato que se desvanece por la debilidad de su sexo.

Hace más de seis años, por una brevísima hora y a unos tres metros de distancia de ella, pude escucharla en vivo y en directo en un evento internacional realizado en la Cancillería de Buenos Aires. Mientras trabajaba en mi computadora portátil temas editoriales, sentí que un silencio envolvente recorría la sala. Dejé la pantalla a un lado y vi entrar airosa y segura de sí misma a la mujer que entonces recién empezaba a gobernar el país más inescrutable del sur de América.

El evento era precisamente sobre mujeres y ella lo abriría con un corto y contundente discurso. Lo dijo sin papeles ni teleprompter y la sala se llenó de un rumor de complacencia porque esa mujer, sin aplicar las fórmulas discursivas del feminismo radical, simplemente con su palabra y ardor político, enviaba un mensaje cifrado y, al mismo tiempo, completamente diáfano: no se sentía distinta a los hombres, era –es- una mujer que sabía –sabe- relacionar y contrastar muy bien política y poder.

Poco después pude ver un documental basado en la figura de Evita Perón que pintaba a la Argentina de los años ’50 y la llegada de ese artefacto diabólico: la televisión. El naciente mito del peronismo sellaría la pauta de lo que sería Argentina más de medio siglo después: su fantasma sobreviviría a los contornos personales de los sucesivos líderes, sean hombres o mujeres, y Evita –en un grado superior al masculino atávico- sería un referente no solo de la absoluta mitificación de su marido sino su icónica obra maestra. Argentina, a mediados del siglo XX, experimentó la evidente masificación de los descamisados y Evita, con un fino olfato social, supo que la sustancia de la masa congelaría su historia para siempre, es decir, inmortalizaría a la primera mujer que los miró y les habló sin miedo.

Tal antecedente, analizado como la forja maldita del populismo latinoamericano, ha marcado la historia argentina. Y esa forja parió, mutatis mutandis, la complexión política de Cristina Kirchner.

Hoy que la mediatización extrema de la política ha vaciado la categoría del populismo, otra vez se apela a la estigmatización de Cristina por su primitiva filiación descamisada. Sus enemigos ya sueñan con cambiar el estilo de la Casa Rosada y disipar de un tajo el aroma femenino de los habitáculos del intangible poder del símbolo. (O)

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