Los hijos gloriosos que el soberbio Pichincha dejó, dice tu himno solemne. Aquellos abuelos de los de ahora, los que luchan día a día por salir adelante, a pesar de deudas astronómicas, de batallas entre líderes e inconsciencias de otros más. No permitas que un quizás desborde sangre por tus venas.
Si lava corre por tus laderas, ardor y pasión en tus carreteras, no te dejes Ecuador, no permitas que el odio y la soberbia de unos pocos le quite la sonrisa del rostro a la mayoría de tu gente, el oxígeno a tu aire, la vida a tu espesura, el ímpetu y pasión a tu esencia que se alza en la misma mitad del mundo.
Jamás lo permitas, ¡Ecuador!
Pablo Virgili Benítez
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