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Dime qué comes y te diré quién eres

Dime qué comes  y te diré quién eres
01 de julio de 2013 - 00:00

No es nuevo. Algo similar ya se observó en “Coffee and cigarrettes” y “Smoke”, películas independientes o “indie” de la industria del cine norteamericano, según se lo vea con ojo crítico. Sin embargo, “18 Comidas”, presentada recientemente en Ecuador en el marco del Festival Eurocine 2013, en la sección Identidades, no solo junta una serie de viñetas y personajes alrededor de un tema común en 107 minutos sino que construye personajes perfectamente redondos en apenas seis historias a lo largo de un único día de ficción, que viajan a través de dieciocho comidas -desayunos, almuerzos y cenas-.

Son en realidad recolecciones de momentos en los que, parecería ser, ocurrirá muy poco o nada, y luego resulta que se da un punto de giro o quiebre,  no solo en el guión del filme, sino en la vida de los personajes que ante los ojos de cualquiera parecen un ciudadano común.

Obviamente, lo que identifica a estos supuestos seres reales es una voz en off femenina que indica que estas comidas se desarrollan en la española ciudad de Santiago de Compostela, capital de la comunidad autónoma de Galicia.

El segundo par de personajes en escena, debido a su dialecto, también demostrará  dónde se sucede la vida que nos presenta la cinta dirigida  por Jorge Coira.

La mejor comida en escena, en realidad tres,  involucra  a una pareja de ancianos cuyos nombres no son revelados en el filme. Están comiendo en total silencio, cocinando y luego compartiendo sus alimentos en el desayuno, el almuerzo y la cena. No por ello el resto de comidas retratadas es de menor importancia o insignificante  para el propósito del universo creado por Coira y los guionistas Araceli  Cabreira y Diego Ameixeiras, además de los actores a quienes se nota se les permitió improvisar bastante sus líneas y la manera de comunicarlas en el marco de la historia macro.

Así se puede apreciar el salado y nada a gusto encuentro entre los hermanos  Juan y Víctor, el segundo es un homosexual que vive ya con su pareja en su apartamento, sin haber revelado su orientación sexual a su familia y trata de esconderlo, hasta cierto punto, a su hermano durante un  almuerzo.  O quizá hay momentos más tensos emocionalmente, pero ante comida de primera prácticamente gourmet, entre Sol y su eterno amor, el músico callejero Edu, en un almuerzo, y con su esposo, en el desayuno y la cena.

Si se observa con detenimiento las presentaciones de Edu son puntos de enlace entre una historia y otra, en varios momentos de “18 Comidas” y a lo largo de la trama y el argumento del filme gallego.

Algunos pensarán que no es nada importante decir que la producción del filme es gallega, ya que la capital de esa comunidad autónoma es la sede de todas las historias y comidas, pero sí es relevante, en la medida  que a través de la preparación y presentación de los alimentos, hasta de cómo los llaman los personajes, se conoce más sobre la identidad de una región cuya ciudad antigua es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1985 y cuya comunidad tiene fuertes vínculos con la actividad pesquera.

Al fotógrafo Brand Ferro no se le ha escapado ni un detalle al momento de dar la respectiva importancia  a los elementos y a los personajes, sin que ninguno ocupe un espacio semántico mayor que el otro. No se puede entender la historia  sin las comidas y viceversa, es decir, hay una relación de mutualismo extrema entre ambos elementos. En varios momentos del filme, el espectador puede asumirse como un comensal más.

La iluminación en interiores y exteriores, incluso en la noche, permiten darle su lugar a cada ser humano y a cada producto comestible que aparece en cámara, sin que se perciba un intento forzado por homologar las fotografías publicitaria y artística.

Cada cuadro, fotograma y escena son el preciso, justo o adecuado a lo que se desea expresar en la historia que copa la pantalla y el argumento del filme en determinado instante: los resentimientos que apenas se verbalizan entre Juan y Víctor, la infelicidad de Sol a pesar de llevar la vida perfecta como mujer casada, el respeto y entera complicidad en el matrimonio de ancianos, la tensión entre Edu y Sol luego de que ella lo llamara después de tantos años sin verse para expresarle que quisiera irse con él pero no lo va a hacer, o el amor y la dedicación de Vladimir Torres por Laura, la novia-comensal que nunca llega y lo planta en cada una de las tres comidas de un día incierto e infausto para él.
Nada sobra, con excepción tal vez de los momentos de comicidad y confraternidad entre el primo de Vladimir y su compañero de negocios Tuto, cuyas comidas son más bien instantes de sana alegría por la camaradería y la buena fortuna de compartir un día entre amigos y familia.

Repensándolo, esos momentos cobrarían mayor valor semántico considerando que son de los pocos de entera y sincera felicidad en el metraje, los demás son instantes de autorrealización, de despedidas, de lazos de amor rotos, en deterioro o inexistentes de parte de alguno de los integrantes de una pareja.

Si la comida entra por los ojos, aquello queda aquí más que comprobado. El espectador no saliva solo por saber cómo cerrarán con felicidad las historias  que sostienen a la cinta, sino también por la comida que cimenta la identidad de la película, todos y cada uno de sus protagonistas y hasta de las situaciones interpretadas en la gran pantalla.

La cena entre Sol y su esposo aclara esta peculiaridad del guión, cuando él intuye que lo que   comen esa noche es para celebrar, luego de que es la despedida de su infeliz esposa que le solicita irse de viaje de verano con el hijo de ambos, y así  ella pueda pensar si el matrimonio sigue o no, no sin que Sol aclare que el platillo en cuestión es para el niño Gael, a quien le fascina esa comida.

La preparación y presentación de los alimentos cobre mayor sentido en el almuerzo entre Víctor y su hermano Juan, acompañados del novio de Víctor, a quien lo ha  presentado como compañero de trabajo y de piso, y una mesera con la que Juan se encandiló durante el desayuno.

Es que lo único ciento por ciento claro en “18 Comidas” es que cualquier momento cotidiano, por muy ordinario que parezca, puede ser un momento decisivo en la vida de los involucrados.

Si no basta ver la cena entre los directores de una orquesta que   prueban a una nueva cantante, una mesera, que tuvo un pequeño inconveniente con su hermana también camarera por el asunto, y el mayor de ellos sufre un marcado quebranto en su salud.

No falta también el personaje que alivia las tensiones dramáticas, el extranjero y aparente vividor Spasek, quien al término del filme forma una interesante amistad con Edu y hasta participa de un dueto musical con el trovador ambulante.

Perlas de la sabiduría cotidiana, esa que de seguro rebosa de la pareja de ancianos que siempre aparece  comiendo en total silencio, son las que abundan en “18 Comidas”.

Puede no haber mayor originalidad en el tratamiento de las escenas y secuencias del filme, pero hay   más que sólida inventiva  en las formas de expresar los sentimientos de los  personajes.
Lo importante es no distraerse con la comida y prestar  atención a la intensidad con que se dan esos momentos que cambian más de una vida, a pesar de lo sencillo  que resulta  a la vista.

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